DECLARACIÓN: La siguiente historia es un trabajo de ficción. Todos los personajes, hechos y descripciones son producto de la imaginación del autor. La historia incluye referencias y descripciones gráficas de actividad sexual entre hombres sin protección y sin la preparación higiénica adecuada. El autor manifiesta que estas libertades fueron tomadas para beneficio de la historia y exhorta a la práctica del sexo seguro y consensuado en el mundo real.
DISCLAIMER: The following story is a work of fiction. All characters, events, and descriptions are products of the author's imagination. This story contains references and graphic descriptions of sexual activities between males without protection and without proper hygienic preparation. The author manifests that these liberties were taken for the benefit of the story and promotes the practice of safe, consensual sex in the real world.
Trío en la cabaña
Era difícil creer que mis amigos y yo por fin habíamos logrado organizar un viaje juntos. Claro, no eran las vacaciones a la playa con las que habíamos deseado desde que nos conocimos en la preparatoria, hacía ya casi diez años, pero igualmente era un gran logro para nosotros.
Verónica era la heroína sin capa sin la cual no se habría logrado nada: ella organizó al grupo para acordar una fecha, cotizó las diferentes opciones e hizo las compras necesarias, además de que reservó las cabañas en donde pasaríamos la noche. Lo único que tuvimos que hacer los demás fue pagar la parte que nos correspondía y repartirnos entre los coches que teníamos disponibles para recorrer el corto trayecto desde la ciudad hasta el rancho (tarea que, por cierto, fue mucho más difícil de lo que suena).
Pero después de todo, ahí estábamos. Dieciséis jóvenes adultos que deseaban volver a sentirse como adolescentes y pasar un fin de semana juntos, alejados de las responsabilidades que cada uno tenía en su trabajo, su casa o su universidad. Aunque yo personalmente los consideraba amigos a todos, había un par de ellos con quienes era más cercano y a quienes apreciaba más que al resto: Edgar, que estuvo toda la prepa en mi salón y con quien pasé una cantidad ingente de horas jugando Overwatch durante mi adolescencia; y Fabián, quien al igual que yo es un aficionado a los cómics de superhéroes y con quien incluso fui a una convención alguna vez.
La primera parte del viaje fue tal y como lo esperaba: comimos botanas y bebimos cerveza mientras platicábamos acerca de nuestras vidas y luego dimos un paseo por el rancho antes de regresar a las cabañas y pasar el resto de la tarde jugando con los juegos de mesa que algunos de nosotros habíamos traído. En algún momento de la noche, Josué (el más desmadroso del grupo) sacó una bolsa de gomitas de su mochila y las ofreció al grupo. Obviamente, al tratarse de Josué, no eran gomitas normales, sino con marihuana.
Aunque la mayoría pasamos de las gomitas ya que habíamos acordado que el objetivo de la reunión no era quedar intoxicados, algunos aceptaron. Una de esas personas fue Verónica. La pobre no tenía experiencia previa con la marihuana y, aunque al principio todo era risas para ella, llegó un momento en que comenzó a malviajarse y Josué tuvo que calmarla. A pesar de que todo estaba bien, el momento sirvió como la excusa perfecta para dar el día por terminado y retirarnos a nuestras habitaciones.
Una de las dificultades que habíamos tenido al acomodarnos era que muchos del grupo venían en pareja, por lo que todos querían las recámaras para dos personas. El resto de nosotros, solteros o con parejas que no habían venido, nos acomodamos en las habitaciones restantes y en los sofás cama. Yo no me quejaba, pues compartía una recámara con Edgar y Fabián.
—Entonces —dijo Edgar, viendo las dos camas que teníamos a nuestra disposición—, ¿cómo nos acomodamos?
Era una pregunta válida sin importar cómo la interpretaras: con una cama matrimonial y otra individual, dos de nosotros tendrían que compartir. Por un lado, Edgar era el más alto, no sólo de nosotros tres, sino de todo el grupo, por lo que era lógico que él deseara más espacio; por otro lado, yo era el único hombre gay de los tres. Ninguno de mis amigos era homofóbico, y yo estaba seguro de que ni Edgar ni Fabián se opondrían a dormir en la misma cama que yo si fuera necesario, pero después de una vida entera en México, donde la sociedad era aún bastante machista, una parte de mí era consciente de que siempre sería “el joto del grupo”, y temía (por irracional que fuera, dados tantos años de amistad) que eso pudiera generar cierta incomodidad.
—Como quieran. Podemos elegir o podemos dejar la cama individual a la suerte.
—No sé —dijo Fabián—, pero la verdad es que yo todavía no me quiero dormir. ¡Apenas son las once!
—Yo tampoco, pero ya ves cómo están las cosas. Entre lo de Vero y las ganas que traen las parejitas de coger, ya nos mandaron a dormir.
Los tres reímos.
—¿Ustedes creen que sí se pongan a…? —Fabián hizo como que se ponía a follar con el aire.
—Pues claro que sí, güey. Ya están tan acostumbrados que no van a dejar pasar la noche sin hacer algo.
Edgar estaba sentado en una de las dos camas, con el rostro enrojecido y una expresión que no pude interpretar.
—No me digas que te da pena hablar de sexo a esta edad, Eddy.
No me respondió.
—Digo —dijo Fabián—, todos recordamos que tú fuiste de los primeros en conseguir novia, así que seguramente estabas igual.
Edgar desvió la mirada y dijo algo que Fabián y yo no alcanzamos a entender.
—¿Cómo?
Edgar se lo pensó un momento antes de hablar.
—Que no sabría decirte —dijo, tal vez con un poco más de agresividad de la que planeaba—. Nunca… nunca hicimos nada más que besarnos.
El silencio que se hizo era incómodo. Fabián y yo no sabíamos exactamente qué decir en ese momento; ninguno de los dos había querido incomodar a Edgar. Eventualmente, fui yo quien habló.
—En fin, no te pierdes de mucho.
Con eso, me acosté en la otra cama, donde Fabián ya estaba sentado.
—Es fácil para ti decirlo —respondió Edgar—, pero porque tú ya lo hiciste.
Yo me encogí de hombros y Edgar sólo negó con la cabeza en un gesto de desaprobación. Era claro que habíamos tocado un aspecto de su vida con el que estaba frustrado.
—Por lo menos sé que no estoy solo. Fabi nunca ha tenido novia.
Ahora fue Fabián quien se sonrojó.
—Bueno… —se aclaró la garganta—, en mi experiencia, tener novia no es requisito para tener sexo.
Casi me caigo de la cama. Hasta entonces, yo también creía que Fabián era virgen.
—¡¿Qué?! —Me acomodé, sentándome junto a él y poniendo mi brazo sobre sus hombros—. No puedes soltar eso sin dar detalles. A ver, platícanos, ¿quién fue la afortunada?
Fabián me empujó para que lo soltara, pero no pudo evitar sonreír.
—No. Un caballero no revela lo que pasa en la cama con una dama. Además, no sería justo alardear cuando Edgar acaba de decir que está frustrado de ser virgen.
—Yo no dije eso.
—No con palabras, pero tu cara y tu expresión corporal dicen lo suficiente.
—Pero Fabián —insistí—, ustedes saben cómo perdí la virginidad. Se trata de ser justos y equitativos.
—Eso es una mentira. A mí nunca me dijiste nada.
—¡Claro que sí!
Esta vez fue Edgar quien habló.
—Yo no sé a quién le contaste la historia, pero no fue a nosotros. Siempre has hablado como si ya lo supiéramos, pero no es así.
—Oh. —Hice una pausa—. ¿Quieren saber?
—Honestamente, no —dijo Edgar—, pero conociéndote, sé que igual nos vas a decir.
Sonreí. La historia de cómo perdí la virginidad en realidad sí era interesante, al menos para mí. Acababa de cumplir los dieciocho años y me encontraba en Canadá para tomar un curso de inglés avanzado. Lejos de mis padres y de cualquier persona que me conociera, decidí aprovechar para cumplir algunas fantasías que había tenido que guardar en el clóset. Una de ellas era ir a una sauna gay. La idea de estar en un lugar lleno de hombres parcial o totalmente desnudos en donde todos buscaban un encuentro sexual me había excitado desde que supe de su existencia.
En mi primera semana en Canadá, busqué alguna sauna cercana y, para mi felicidad, había una que quedaba cerca de donde estaba viviendo, por lo que, en la tarde del día siguiente, me aventuré a conocerla. El hombre a cargo del mostrador en la entrada me preguntó si sabía qué tipo de lugar era y yo confirmé que así era, dándole el dinero para pagar la entrada y mi identificación oficial para confirmar mi edad. Él simplemente la revisó y me dio una llave para guardar mis cosas en un casillero.
Estaba sobrecogido por la emoción mientras me desnudaba, y pasé varios minutos simplemente recorriendo el lugar hasta que noté que un hombre de unos treinta y tantos años me estaba siguiendo. No era para nada feo, aunque tampoco era un ejemplar de la belleza masculina. Simplemente era un hombre caliente que le había echado el ojo a un adolescente dispuesto a tener sexo con la primera persona que mostrara interés en él.
Recordando lo que había visto en foros de internet, hice contacto visual y sonreí. Él se agarró la entrepierna y yo asentí con la cabeza. Un minuto después, estábamos besándonos dentro de una de las cabinas de gloryholes. Las cosas escalaron rápidamente a partir de ahí: me puse de rodillas para mamarle la verga, luego él invirtió nuestras posiciones y me sorprendí cuando alguien que se había asomado por uno de los gloryholes comenzó a dedearme mientras recibía mi primera mamada.
—Eventualmente él terminó por ponerme un condón y luego… bueno, ya saben —terminé de contar mi historia—. Algo desafortunado, supongo, pero al menos supe lo que era coger.
Edgar y Fabián tenían los ojos bastante abiertos después de escuchar la historia de mi primera vez. Pude darme cuenta de que por lo menos Edgar estaba intentando ocultar el hecho de que mi relato le había causado una evidente erección.
—¿Pero desafortunado por qué? —preguntó—. Se te cumplió tu fantasía.
—Sólo a medias. Yo… en realidad había ido con la intención de ser el pasivo, pero estaba tan apendejado por las sensaciones nuevas que no supe cómo… —dejé la frase a medias.
—¿Cómo pedirle verga? —sugirió Fabián en voz baja. Yo asentí con la cabeza.
—En fin, volví al día siguiente para probar mi suerte de nuevo, pero no pasó nada y, honestamente, no tenía el dinero para ir todos los días, así que hasta ahí llegó mi experiencia.
Durante unos segundos, nadie dijo nada, hasta que Edgar preguntó si después de eso nunca había cumplido la otra parte de mi fantasía. Respondí negando con la cabeza.
—Nunca tuve la oportunidad. He tenido algunos encuentros desde entonces, pero nada más allá de una mamada. El detalle es que me di cuenta de que el sexo anónimo no es para mí. Prefiero que haya algún tipo de conexión con la otra persona. Para mí hay que tener cierto nivel de confianza si te voy a pedir que me pongas en cuatro y me dejes lleno de tus hijos, ¿sabes?
Añadí eso último con una risa, pero ninguno de mis dos amigos se rio. Ambos tenían la mirada perdida y ya era imposible disimular sus erecciones; mi propio miembro comenzó a endurecerse al darme cuenta de ello.
—¿Y eso es lo que quieres? —preguntó Edgar, su voz delatando lo seca que tenía la boca.
En ese momento todo pareció detenerse. Podía responder que sí y luego… ¿qué? ¿Sucedería algo con Edgar? ¿Y Fabián? Los tres estábamos excitados, eso estaba claro. Pero yo sabía que podía ser un error: ellos podían arrepentirse después y un momento de calentura habría arruinado una amistad de diez años; podían decirle a los demás que yo había estado de pervertido y que los había acosado en la noche.
O podría coger con dos de mis amigos, y tal vez hasta repetirlo después.
No respondí con palabras. En su lugar, me levanté de la cama y me acerqué a Edgar. Sin dejar de verlo a los ojos, me arrodillé frente a él.
—Si quieres, puedo detenerme —le dije.
Escuché cómo Fabián se movía en la cama detrás de mí, pero mi atención estaba totalmente en Edgar, y en el prominente bulto que se marcaba en sus pantalones a tan solo unos centímetros de mi cara. De mi boca.
Edgar negó con la cabeza.
—Necesito que hables, Eddy.
Él tragó saliva. Brevemente levantó la mirada, supuse que para ver a Fabián.
—No. No te detengas.
Teniendo su permiso, llevé mis manos a su entrepierna. Su miembro dio un saltito cuando mis manos lo tocaron por encima de su ropa.
—A menos que quieras ver —dije, aún sin voltearme—, esta es tu oportunidad para irte, Fabián.
No obtuve respuesta, así que continué mi tarea. Desabroché los pantalones de Edgar y le ayudé a quitárselos. Comencé a acariciarlo sobre sus bóxers, y él jadeó como respuesta; apenas unas caricias y ya se empezaba a ver una gotita de líquido preseminal humedeciendo la tela.
—Normalmente, me tomaría mi tiempo —le dije, y le di un pequeño apretón a su verga—, pero veo que ya estás listo y dispuesto.
Bajé los bóxers de Edgar hasta sus tobillos. Él se encargó de terminar de quitárselos mientras yo salivaba al ver su entrepierna.
—Supongo que es verdad lo que dicen. —Rodeé su pene con mi mano y comencé a masturbarlo lentamente, maravillado por el tamaño y por lo duro que se encontraba—. Alto, flaco y desnalgado, pitote asegurado.
—Mauro… —Edgar dijo, su voz gutural y sobrecogida con el placer—. Deja de hablar y chúpame la verga.
No pude evitar sonreír. Sin decir nada más, me llevé la verga de mi amigo a la boca y él ahogó un gemido de placer, gozando la sensación de tener la parte más sensible de su cuerpo envuelta en el calor de otra persona por primera vez. Comencé a mamar su verga lentamente, decidido a que Edgar disfrutara su primer contacto sexual. Hice todo lo que otros hombres me han enseñado a lo largo de los años: deslicé mi lengua por su frenillo y evité que mis dientes tocaran su piel una sola vez; una vez que encontré un ritmo, metí más de su verga a mi boca y tragué saliva para masajear la cabeza del pene con mi garganta.
—A la verga… —escuché que Fabián susurró desde el otro lado de la recámara. De repente fui consciente de su presencia y eso me hizo gemir involuntariamente. Un detalle que no les conté a mis amigos era que hacer cosas en público era uno de mis kinks, y recordar que teníamos una audiencia hizo que mi propia verga diera un respingo.
Redoblé mis esfuerzos y mamé la verga de Edgar con más entusiasmo, tratando de meterme más y más de ella cada vez, hasta que llegué al tope y mi nariz se hundió en su vello púbico. Normalmente, yo prefería que los hombres con los que estaba lo llevaran afeitado o, por lo menos recortado. Pero al levantar la mirada para intentar hacer contacto visual con él, fui consciente de que se trataba de Edgar, mi amigo, a quien conocía desde hacía diez años y con quien pasé gran parte de mi adolescencia. Una cálida sensación recorrió mi cuerpo y me relajé, inhalando profundamente y absorbiendo el aroma de mi amigo. No había estado equivocado: la experiencia de tener sexo con alguien de confianza era definitivamente superior.
Edgar no podía evitar gemir, aunque intentaba mantener el volumen al mínimo, pues no estábamos solos en la cabaña. Los obscenos sonidos húmedos de mi garganta engullendo su verga llenaban la habitación, y en ese momento no pude seguir ignorando mi erección, la cual me pedía a gritos que le diera atención. Llevé mi mano a mis pantalones y comencé a masturbarme mientras le daba placer a Edgar. Mis gemidos se unieron a los suyos y supe que estaba a punto de correrse cuando su respiración se aceleró y su pene pareció hincharse aún más en mi boca.
Sin advertencia, Edgar llevó sus manos a mi cabeza y me detuvo con su verga hasta el fondo de mi garganta. Con un último gemido, se corrió y sentí su semen dentro de mi garganta. Me apresuré a soltarme, no porque no quisiera recibir su semilla, sino porque quería, necesitaba, que al menos un poco de ella cayera en mi lengua para poder saborearla. Afortunadamente para mí, el orgasmo de Edgar fue tan inmenso que disparó varias veces, y pude recibir la mayor parte en mi boca. El sabor era fuerte y amargo, pero para mí era tan dulce como el néctar de los dioses: el primer orgasmo de Edgar ocasionado por otra persona; una representación líquida de su virginidad, llenándome la boca. Con una sonrisa, me tragué el semen de mi amigo y me separé de su verga.
Detrás de mí, algo llamó mi atención. Era el inconfundible sonido de un hombre masturbándose. Mientras Edgar se recuperaba de su orgasmo, me volteé y la imagen frente a mí casi hizo que me viniera ahí mismo: Fabián se había quitado los pantalones y la ropa interior y estaba masturbándose mientras nos veía. No lo pensé dos veces: me acerqué a él a gatas y lo miré directamente a los ojos. Traté de imaginar cómo me veía: los labios hinchados, los ojos llorosos y el cabello hecho un desastre.
—¿Te la puedo chupar? —le pregunté. Mi voz estaba ronca debido a lo que acababa de hacer con Edgar, pero no me importaba.
Fabián tenía la mirada nublada por el placer. No me respondió, pero dejó de masturbarse y tomó su pito por la base, acercándolo a mí. Era más corto que el de Edgar, de eso no había duda, pero también era más grueso, y a diferencia de Edgar, Fabián tenía el vello púbico cuidadosamente recortado. Se me hizo agua la boca.
Edgar no tenía experiencia, por lo que yo había tenido que tomar la iniciativa. Pero con Fabián, las cosas eran distintas: él tomó el control casi de inmediato, y en lugar de que yo estuviera dándole una mamada, más bien parecía que él estaba cogiéndome por la boca. Había disfrutado la verga de Edgar, pero ser dominado por Fabián era una experiencia mucho mejor para mí. Y mejoró aún más cuando empezó a hablar.
—Eso, puto. Trágatela toda, seguro que llevas años queriendo que te demos verga.
Sus palabras fueron directo a mi erección: era cierto que había pensado en esto varias veces a lo largo de los años, pero nunca había pensado que se cumpliría. Las palabras, junto con el tono despectivo y arrogante que Fabián había usado, eran música para mis oídos. Debí haber gemido, porque él soltó una risita.
—Sí, a huevo que te gusta que te hablen mal. Eres una zorra. —Me separó de él y acercó su cara a la mía—. Dime si cruzo alguna línea, ¿entendiste? —Asentí con la cabeza—. ¿Sí, qué?
—Sí, señor.
Fabián sonrió.
—Quítate la ropa y ponte en cuatro.
No dudé en obedecer. Claramente, Fabián tenía más experiencia que Edgar y sabía lo que le gustaba: ser dominante. «Bien por mí», pensé. Era una oportunidad perfecta para confirmar mi teoría de que me gustaba ser sumiso y obediente.
Fabián también se despojó de su playera, quedando ambos desnudos. Me puse en cuatro en una de las camas y miré a Edgar, quien nos observaba con la boca entreabierta. Me alegró ver que su miembro volvía a endurecerse. Un par de manos se posó sobre mis nalgas e instintivamente eché el cuerpo hacia atrás.
—Te digo que eres una zorra, inmediatamente pones el culo. —Fabián llevó uno de sus dedos a mi boca y yo no dudé en chuparlo. —Pon atención, Edgar, te voy a enseñar a cogerte a una puta como se debe.
El dedo que estaba chupando desapareció de mi boca, y antes de poder quejarme, Fabián lo introdujo en mi culo, provocando un gemido de mi parte. Después de un minuto, al primer dedo lo siguió el segundo, y luego el tercero.
—Como nadie te ha cogido nunca, te voy a dejar escoger, Mauro. —Fabián caminó al otro lado de la cama para quedar frente a mí—. ¿Quieres que te la meta yo primero o le damos la oportunidad a Edgar?
Volteé hacia nuestro amigo, el cual también se había quitado la camisa en algún punto de la noche mientras Fabián me preparaba. El tamaño de su verga era intimidante, pero sabía que por su falta de experiencia no duraría mucho. Fabián, por su parte, sabía lo que hacía y podía darme la cogida de mi vida. Decidí dejar lo mejor para el final.
—Edgar —respondí—. Quiero que Edgar me coja primero.
El aludido se acercó y se colocó detrás de mí. Sentí la punta de su miembro en mi entrada y todo mi cuerpo se estremeció de antelación.
—Dale al putito lo que quiere, Eddy.
Con eso, el pene de Edgar se introdujo en mí. Ambos contuvimos el aliento, y poco a poco fue metiéndomelo más y más hasta que llegó al fondo.
—No mames, no voy a durar —dijo Edgar.
Yo sólo podía expresar cómo me sentía con una palabra: lleno. Lleno en el mejor de los sentidos, tanto físicamente como emocionalmente. Era más de lo que había sentido al mamar la verga que ahora tenía en el culo, una sensación de comodidad y confianza, consecuencia de diez años de amistad que culminaban en la pérdida de nuestras virginidades, pues, aunque yo había cogido antes, era la primera vez que me cogían a mí.
Edgar comenzó a moverse, lentamente al principio y después con más velocidad. Sus movimientos eran erráticos y descontrolados, un reflejo de su inexperiencia y de que el placer era demasiado para él. Yo tenía los ojos cerrados, pero sentí algo rozando mis labios y, cuando los abrí, me encontré con la verga de Fabián. Sin pensarlo, la metí en mi boca y levanté la mirada. Al hacerlo, me llevé otra sorpresa: Fabián había tomado su teléfono y estaba apuntándome directamente con la cámara.
—Así, siempre nos vamos a acordar de la vez que estrenamos a nuestra putita, ¿verdad Mauro? Ahora relájate y déjanos usarte como la zorra que eres.
Era demasiado: la verga en mi boca, los insultos, el tono de desprecio, la cámara grabándome mientras mi dotado amigo me llenaba el culo. Con un gemido, me corrí. Había dejado de masturbarme desde que Fabián me puso en cuatro y ahora me había venido sin tocarme. Los otros dos estaban diciendo algo, seguramente más insultos, pero mi mente no podía procesar nada más que el placer: placer en mi boca, en mi culo, en mi verga. Me deshice completamente entre los dos hombres desnudos que estaban usándome como juguete sexual y dejé que mi orgasmo me recorriera completamente.
Apenas me recuperé, noté cómo Edgar se detenía con su verga enterrada hasta lo más profundo de mí, y pude sentir cómo me llenaba con sus mecos. Casi inmediatamente, ambos penes fueron retirados de mí y gemí en protesta. A la distancia escuché la voz de Edgar, pero todo estaba borroso: sólo quería más. Algo más rozó mi entrada y fui apenas consciente de que Fabián estaba colocándose en posición para cogerme. Se inclinó acercó sus labios a mi oído, y con una voz suave y tranquila me preguntó:
—¿Todo bien, bonito?
Sus palabras casi hicieron que me derritiera. Asentí con entusiasmo.
—Ne- necesito… —Articular palabras me era casi imposible—. Por favor… cógeme.
Fabián sonrió.
—Quiero ver tu cara cuando te la meta. Voltéate y abre las piernas.
Obedecí, y mi vista se aclaró lo suficiente para ver que Fabián seguía grabando. Capturó en video el momento en que su pene se adentró en mí, y luego le pasó el teléfono a Edgar, quien nos grabó desde su posición. Con sus manos ahora libres, Fabián se acomodó y acercó su cara a la mía.
—Te voy a coger tan duro que vas a olvidar tu nombre.
Sin más advertencia, comenzó a moverse a un ritmo desenfrenado. Su pene entraba y salía de mi culo con facilidad, lubricado por el semen de Edgar. El sonido de piel contra piel resonaba en la recámara cada vez que nuestros cuerpos bañados en sudor se unían. Le tomó tan solo unas cuantas embestidas para encontrar mi próstata, y una vez que lo hizo, no la perdió nunca. Mis gemidos eran tan difíciles de controlar que Fabián unió sus labios con los míos, y me besó con la misma intensidad con la que me estaba cogiendo. No supe si duramos segundos u horas, pero eventualmente llegamos al clímax juntos. Sentí como Fabián me llenaba con su semen mientras que mi propio orgasmo nos cubría a ambos de blanco. Fabián nunca dejó de besarme como si quisiera sacarme el alma por la boca y supe en ese momento que no había manera de que nuestros amigos no nos hubieran escuchado, pero no me importaba: acababa de tener el mejor sexo de mi vida.
Edgar y Fabián se limpiaron y me ayudaron a hacer lo mismo, pero mi mente simplemente parecía no reaccionar. Apenas y noté cuando me colocaron mi pijama y me acostaron en la cama. De la nada, me dieron ganas de llorar. Fabián se acostó a mi lado y me abrazó mientras me decía cosas lindas al oído.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—No sé qué me pasa —respondí honestamente.
—Es un bajón —dijo él—. Suele pasar cuando el sexo es muy intenso. Pero estás bien, Edgar y yo estamos aquí.
Sus palabras me calmaron.
—Tal vez es muy pronto —dije—, ¿pero creen que podamos volver a hacerlo otro día?
Ambos soltaron una risita.
—Yo creo que es justo y necesario —afirmó Fabián.
Esa noche dormí mejor que nunca. Alguna parte de mi cerebro sabía que íbamos a tener que soportar las quejas de nuestros amigos a la mañana siguiente. No importaba: había sido una noche memorable, teníamos el video para comprobarlo y sería sólo la primera de varias noches similares.
Estaba feliz: me había convertido en la zorra personal de mis amigos.