Robertito y Yo Nos Probamos
SPANISH
BEGINNINGS
ADULT FRIENDS
GAY
Nunca había escrito una historia en mi lengua de herencia, suelo escribir en inglés, así que espero que estén dispuestos a disculparme los errores. Escríbanme en español o en inglés a jacobo.elusivo@gmail.com.
ROBERTITO Y YO NOS PROBAMOS
–¿Te gustan más los chicos o las chicas? –me preguntó Robertito.
Estábamos en un taxi; no habría permitido una conversación de estas si el conductor pudiera comprender el tema que estábamos tratando. Y no sé por qué no le mentí a Tito, quizá porque había estado fantaseando de él desde el momento en que lo vi en los eventos dónde yo estaba de intérprete. –Pues los chicos, aunque solamente los que no se le nota que son maricas o los que no se identifican así pero son flexibles en cuanto a quién den pija. Y que tú seas del segundo tipo –agregué en mi mente, mirándole la pierna que estaba a mi izquierda cuyos finitos vellos solo se veían desde cerca. Robertito tenía treinta años, era un pelín más bajo que yo, no era el más guapo - la cara, con la sobreceja protuberante y la boca ancha recordaba a un humano arcaico - ni tenía el mejor cuerpo, un poco rechoncho en la espalda y cintura. Tampoco parecía que tuviera la pija muy gruesa o larga, no marcaba paquete por más que se lo buscaras, pero sí tenía ese algo que cada noche me hacía imaginarme sacándosela del calzoncillo y probándosela con mi lengua.
–Ajá –dijó Tito. –¿Y sueles conquistar?
–La verdad es que no. Es muy raro que los chicos alcancen mis requisitos. Siempre tengo los ojos evaluando con quien lo haría. Los poquísimos que califican ni con ellos pruebo porque dudo que se sintieran a favor. Solo mirar…y fantasear…
Empecé a ruborizar. No lo podía mirar pero me di cuenta de que me estaba mirando abiertamente. Y también noté que su mano derecha encima de su rodilla derecha estaban cerquitas de las mías izquierdas. De hecho todo su cuerpo desde que nos subimos al taxi estaba situado más hacia el centro del asiento que en el predeterminado lado izquierdo. Con mis confesiones ni se alejaba de mí. El que estaba tenso era yo; él, totalmente relajado.
–¿Y cómo has estado evaluándonos en las conferencias y los congresos en lo que va de la semana? –me preguntó.
¿Cómo podía este cabrón estar tan tranquilo y yo con tantos nervios? Aún no había podido recopilar las fuerzas como para mirarlo a los ojos, pero le dije –Un solo chico ha pasado. No sé si debiera revelarte más.
–¿Por?
–No quisiera ponernos a mí y al chico a quien me refiero en una situación incómoda, especialmente porque sé que es hetero.
–Vamos, no sé por qué a mí no quieres decirlo, ya somos de confianza, tranquilo, a menos que… –en ese momento Tito dejó la palabra.
Finalmente lo miré y le noté las orejas quedándole más y más rojas. Qué mono tan mono. Le dije: –No hace falta que te diga más, ¿o sí? Dejemos las cosas como están, no quiero incomodarte con temas que no son tuyos.
–Pero es que no me estás incomodando.
Su cara parecía abierta, aunque se le seguían quemando las orejas.
–Te incomodaría si te lo dijera todo. Eres hetero. Ni siquiera has probado con chicos. Dudo siquiera que te lo hayas considerado.
En ese momento llegamos al hotel. Dejamos de hablar hasta que en el ascensor se dirigió a mí. –Sí, me lo he pensado un par de veces pero no sabría qué hacer si me propusieran…
–Porque no te lo ha propuesto un chico.
–Efectivamente, –me dijo, abriendo la puerta a su habitación y señalando que yo pase.
Me senté en el sillón y lo miré parado enfrente de mí. No se le notaba aún ningún bulto, pero qué más daba. Cuando un chico me ponía daba igual el tamaño de su cosa.
–Mira, Bertito. Me pegarías una bofetada si hiciera lo que quisiera contigo.
–Entonces, ¿soy yo quién pasó tu inspección?
–Estúpido niño, no puede ser más obvio, –le dije, comprendiendo por fin que habíamos pasado un hito.
–No te pegaría, cabroncito, –empezó a acercarse lentamente. –En cuanto a lo que quisieras conmigo…
–¿En serio?
Él asintió con la cabeza y dijo, –creo que eres el único chico al que permitiría.
Le estiré una mano al frente de su camisa. Le acaricié la gordita panza suavemente. Levántandome, le cubrí los labios con los míos. Intuí que la velocidad de los acontecimientos le era desprevenida pero por lo menos no se resistía. Sus labios se partían ante el tantear de mi lengua, dándome acceso a la suya. Por mucho que hubiéramos sudado, los dos no apestábamos. Él olía y sabía a un muchacho joven recién lavado, dulce de piel y boca.
Mientras danzaban nuestras lenguas, mi mano que no estaba a su panza fue en busca de su bulto y lo encontró. Su pene estaba empezando a pararse. El largo me sentía regular, pero el ancho resultaba más de lo que esperaba.
–¿Te gusta? –le pregunté, mis boca susurrando junto a la suya.
De manera de respuesta me cogió las nalgas con ambas manos y me jaló hacia él, de modo que mi paquete, que también estaba empezando a endurecerse, chocaba contra el suyo. Nuestras erecciones replicaban la danza de nuestras lenguas, él dirigiendo el baile pélvico, yo el bucal. Él me había dicho que tenía mucha experiencia con muchas chicas y los movimientos que estaba haciendo contra mí lo validaron. Sentí una mano meterse en mi bóxer y palpar entre mis glúteos, por lo que le desabotoné los jeans y se los bajé a los muslos. Le cogí el rígido rabo que ardía en mis manos.
–Te quiero en mi boca –le dije, su mano saliendo de entre mis nalgas a medida que me arrodillaba ante él. El pene que sobresalía duro del modesto nido de vello negro reflejaba la forma de su cuerpo, es decir, gordito en el tronco y más chiquito hacia las extremidades. Le pelé el beige prepucio y pasé mi lengua sobre la rojiza cabeza. Mientras mis labios tomaban dentro más y más de su palo hasta mi nariz tocó y olfateó su nido púbico me di cuenta nuevamente de que por más sudorosos que estuvieran su vientre e ingles no desprendían hedor. Al sentir la cabecita contra mi garganta le estimé unos 13 o 14 cms, como yo, pero mucho más gordo especialmente por la base. Le sujeté las pequeñas y lampiñas bolas en mi palma y él emitió un gemido.
–Pucha, amigo, esto sí es rico –él masculló, tocándome la mejilla tiernamente mientras mi boca y lengua le trabajaban la deliciosa polla. –Manuel –me dijo, sus manos a mis mejillas, mirándome a los ojos con ternura y con excitación. –Quiero comerte también…eso….¿se hace? El culo, quiero decir…
Saqué su erección de mi boca y me pinté la cara con ella. –Sí, se hace, me lo puedes hacer si quieres. Quiero que me comas.
Me levanté y me moví hacia la cama mientras a mi espalda Robertito me bajaba los pantalones. Me apartó las nalgas con las manos y sus dedos palpaban entre los pelos, dando en mi ano pero no entrando.
Lo oí olisquear y le pregunté –¿Huele mal?
De modo de respuesta llevó sus dedos a mi nariz. No olía a nada. Me tumbó cara abajo a la cama. En algún punto se había quitado toda la ropa, así que cuando se apoyó contra mí toda su piel bien cálida estaba en contacto con toda la mía. Me besó en la mejilla, y en la nuca, y en el hombro. Sentí su rigidez resbalosa contra mi trasero, no sé si de sudor o de preseminal. Sentí mi agujero latir con anticipación. Estaba tan calentado que no pude parar de mover el culo contra él, al mismo tiempo que gemimos los dos. Pero de repente su duro palo se fue y él empezó a besarme en la espalda en dirección sur.
–¡Uff, qué rico! –casi grité cuando su lengua dio con mi agujero y empezó a explorar por ahí.
Me maniobró para que yo estuviera sobre mi espalda y se puso encima de mí, empujando suavemente, su vientre contra el mío, su boca contra la mía. Su corta pero gorda erección frotando la mía, preseminal goteando en mi barriga. Entre besos me dijo: –Quiero estar dentro de ti, pero no sé cómo hacerlo. ¿Me enseñas?
Asentí. Nos separamos y abrí las piernas con las rodillas arriba. Le señalé que se metiera entre mis patas. Bajé mi mano a guiarlo. –Sé brusco, me gusta duro.
Sus ojos me preguntaron si estaba seguro. Le di una sonrisa y con mi otra mano le agarré el culo y lo jalé hacia mi. Aunque me entró fácilmente, la forma triangular de su pija hizo que cada centímetro aflojara gradualmente mi agujero y presentara cada vez mayores retos. Para cuando él estaba enterrado hasta la empuñadura yo tenía el ano bien suelto, muy a gusto envolviéndole lo suyo. Sí que me dolía, no había tenido sexo en casi un año, pero estaba en el séptimo cielo. Él comenzó a moverse en mí, hay que decir que muy bien lo hacía, obviamente era uno de los que usaban su herramienta al máximo. Y me gustó que hubiera un equilibrio entre ternura y salvajismo; aunque me estuviera devastando ahí abajo y dentro, al mismo tiempo nos estábamos besando con excitado afecto.
–Préñame, dame tus hijos, –le dije, medio segundo antes de que una cálida y húmeda supernova explotara en mi más hondo.