Debes tener al menos 18 años para leerlo, este es un trabajo de ficción, todo en esta historia proviene de mi imaginación, espero te guste, me encantaría saber tú opinión.
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El sexo con mi esposo era fantastico, era como si él fuera la pieza faltante en mí para sentir todo ese placer desbocado que se generaba y erupcionaba, nos solo en fuertes gemidos, pero espasmos y temblores. Esa primera noche dormimos abrazados después de terminar exhaustos, no había abierto los ojos en la mañana cuando sentí su duro falo puntear detrás de mí, no sé si Pedro estaba dormido, pero yo si, cuando de pronto ya tenia su verga alojada entre mis nalgas atravesando mi perineo casi tocando mis bolas. Mi entonces esposo me abrazó tierna y firmemente y con el simple movimiento de sus caderas fue acomodando su tieso pene hacia mi entrada. No entró al instante, tuve que estirar mi mano y proporcionarle un poco de ayuda, gemí fuerte cuando se deslizó todo en mi culo aun dilatado, lubricado por su remanente de la noche anterior. Cogimos de lado en nuestro lecho nupcial, sus brazos a mi alrededor agarrandome, poseyendome. Me aferré a él, clavando mis dedos en sus muslos, esa misma sensación de estar en una atracción de parque de diversiones y a pesar de estar seguro necesitas sostenerte de algo firme. Con fuertes jadeos en mi oido volvió a descargarse dentro de mi, yo ahogué mis gemidos en la almohada al venirme justamente cuando su tibia leche me llenó el interior.
“Voy a cargar la camioneta, ¿Podrías preparar el almuerzo mientras yo hago eso?”, se levantó de la cama, completamente desnudo, todavía con su verga semi erecta, colgando tambaleándose mientras todavía babeaba, yo la admiré, mis ojos fijos en ese trozo de carne que tanto placer me estaba causando, en ese momento no tenia duda alguna de que había tomado la decisión correcta. Estaba dejando de lado cualquier suposicion, o conjetura que pudiera hacer por aquel comentario de la viejecita en mi boda, era una mujer senil, ¿cierto? Que tanta credibilidad pudiera tener, creía que yo estaba muerto, ¿Como podía ser?.
“¿Cómo dices?”, pregunté repasando las palabras de Pedro, “¿Cargar la camioneta?”
“Si, tengo que subir las cosas, y son bastantes, será toda una semana en la cabaña”.
“¿Una semana?”, me levanté levemente de la cama apoyándome con mis codos, “¿En la cabaña?”, Fue desconcertante escuchar eso, no llevábamos ni un solo dia casados y estaba por irse, y una semana según decía, “Pedro… ¿Como que te piensas ir una semana a… ¡una cabaña!”, mi semblante era serio, indignado, entonces Pedro comenzó a reír, fruncí el ceño confundido.
Pedro se acercó nuevamente a la cama y apoyandose con sus manos colocandose encima de mi, “¿Por que te ries?”
“Porque te ves tan tierno molesto…”, mi esposo me beso apoyandomse mas sobre mi para recostarme, nuestros cuerpos desnudos uno sobre el otro, “Hablo de la cabaña de mi padre… bueno, ahora nuestra cabaña, pasaremos una semana en la montaña como luna de miel”.
¿Luna de miel? Ni siquiera lo había considerado, yo creía que como vivíamos en un pueblo pequeño y teníamos una vida modesta, una luna de miel no era opción, que bien una semana en una cabaña no requería de mucho presupuesto. Sonreí al calmarme, acepté a Pedro sobre mi, y sus labios en los míos, fue entonces que caí en cuenta que desconocía muchas cosas, aspectos esenciales que había dejado de lado por estar abrumado en si era correcto casarme o no. ¿De que viviríamos?, sabía que yo no tenía trabajo y cual labor pudiera realizar si no tenía recuerdo alguno, además de que Pedro había estado conmigo todo el tiempo desde que desperté, ¿Tenía trabajo? No se me hacia correcto vivir de mis padres todavía siendo que ya estaba siendo independiente de algún modo. Entonces tal vez Pedro había recibido alguna herencia después de que murieron los suyos.
La cabaña fue construida por el abuelo de Pedro, un hombre como los de antaño, que le gustaba cazar y qué mejor que ese refugio aislado para practicarlo. Esa cabaña fue heredada por el papá de Pedro y ahora era propiedad de él, bueno, de los dos ya que estábamos casados. Pedro me explicó que si tenía un trabajo, un puesto en la penitenciaría, en donde le habían otorgado un permiso para cuidar de mí, además de pedir sus vacaciones que le correspondían para la luna de miel. Por tener casi diez años trabajando ahí y llevar buena relación con el jefe no hubo problema. “No te preocupes Diego…”, me dijo Pedro, “Yo proveeré lo necesario…”, dijo conduciendo la camioneta sobre el camino empedrado, “Tu te encargaras de la casa…”, soltó un gemido mientras maniobraba cuesta arriba, “y de tus labores de esposo…”, su mano se posó en mi cabeza, sus dedos se entrelazaron en mi cabello castaño oscuro y lacio, mientras yo engullía su verga gorda de camino a la cabaña. No se pudo aguantar, era tremenda la libido de Pedro, me había follado dos veces ya y sin siquiera llegar a nuestro destino tenia el rabo tieso, “Anda… dame una mamada”, me dijo, y como buen esposo accedí.
La verdad era que no disfrutaba de tener su miembro en la boca tanto como tenerlo dentro de mi, pero escucharlo gemir de placer me casusaba gozo, ademas de traer el plug anal puesto despues de haberme adminsitrado mis supositorios antes de salir de casa. El vaivén del vehículo hacia que golpeara mi plug generandome placer, no tanto como el del miembro de mi marido, lo cual hacia que mi tensión creciera, devoré su miembro, queriendolo dentro de mi, aunque fuera en ese momento por el extremo opuesto. Quise rogarle que parara y me tomara ahí mismo, que descendieramos en cualquier claro y ahí mismo, con la hermosa vista me hiciera suyo, otra vez. Pero Pedro no me permitió siquiera pronunciar una palabra, tan solo me libraba para poder respirar y me empujaba hacia él.
De pronto la camioneta paró, por los gemidos de Pedro pense que estaba por terminar, la sensación de excitación mezclada con duda de si debía recibir la venida de Pedro en la boca o no me abrumó, no me sentia listo, me levanté sin objeción, entonces me di cuenta que habíamos llegado. Frente a nosotros, entre los enormes árboles de la montaña, había una cabaña rústica, bajamos para que la pudiera conocer, no pregunté si ya había estado ahí en alguna ocasión, de todos modos todo era nuevo para mi. Tenia un enorme porche de madera, Pedro abrió la puerta de entrada, tomó una vieja lámpara de aceite y la encendió, comprendí que estábamos tan adentrados en la naturaleza que no había servicios básicos, entonces abrimos las ventanas iluminando naturalmente el interior, no había mucho que admirar, pero la simple belleza de lo austero y el olor a madera compensaba cualquier cosa. Me acerqué a Pedro, estaba por decir algo, lo note en su mirada, no quería que se disculpara, “Es perfecto, gracias”, le dije, y lo besé.
Esta demas aclarar que fue lo que ocurrio esa semana, si, fue una locura, llena de pasion y sexo. Entre más pasaban los días, más sumiso me sentía, tal pareciera que Pedro era una droga para mi, cada que lo tenia dentro no quería que saliera, cada que se venía dentro de mi no quería dejarlo salir, ya no solo usaba mi plug para el medicamento, lo llevaba puesto para que su semen no escurriera por mi pierna. Algo me ocurría y con cada minuto me importaba menos mi voluntad, y es que cada que estaba separado de él, aunque fueran unos pocos metros, esa ansia grecia, esa picazon en mis pezones se volvia insoportable, la palpitación en mi ano no se calmaba.
Una tarde que descansamos después de una caminata en la montaña, nos sentamos a un lado del fuego, movía mi pie con ansiedad, lo admiraba mientras descansaba, Pedro desabotonó su camisa, expuso su pecho velludo, y no pude mas, me paré y caminé hacia él, me senté de frente con mis piernas abiertas, abrí mi camisa sin importarme que volaran algunos botones, “Chupame los pezones”, le pedí, “¡Muerdelos!”, le supliqué. Como si de un bebé hambriento se tratara me agarró fuertemente y me atrajo hacia él, su boca cubrió uno de mis pezones, gemí, sentí como mi pequeña verga que se encogía con cada dia estaba dura, sus dientes no fueron amables, y yo se lo agradecí, lo agarré fuerte de la cabeza pegandolo a mi pecho. La única vez que le pedí que parara fue cuando necesite que se enfocara en mi otra tetilla. Las dejó rojas de tantas chupadas y mordiscos, mi piel irritada por su barba, le pedí me llevara a la cama, así lo hizo.
De haber sido por nosotros y nuestro deseo carnal hubiéramos pasado la semana entera desnudos, pero el clima de la montaña es frio, las únicas ocasiones que pasamos desnudos fue mientras estábamos en la cama, cubiertos por cobijas, o frente a la chimenea, donde en el suelo rodamos una y otra vez, el suelo duro no era impedimento para que me embistiera con fuerza, al contrario , le pedia mas, le exigia. Las caminatas eran interrumpidas por nuestra calentura, más de una vez me bajé el pantalón hasta las nalgas para que tuviera libre acceso, y ni siquiera era necesario ahogar mis gritos, las aves volaban por mis fuertes gemidos buscando refugio en otro lado.
Nuestra dinámica se asentó orgánicamente, sin hablar de roles ni imponiendo tareas, Pedro se encargaba de las labores duras, ir por madera para la fogara, traer el agua para calentar en el fogón y poder llenar la tina para bañarnos, mientras que yo me encargaba de las tareas sencillas de la cabaña, preparar la comida, acomodar la cama después de las salvajes noches, no era porque yo fuera el eslabón débil en la relación, sino porque Pedro estaba familiarizado con las actividades en la cabaña, aunque todo se trasladó a nuestro hogar de regreso en el pueblo. Yo me seguí encargando de la casa, limpiar, acomodar, preparar las comidas, tener todo listo para su partida al trabajo y su regreso, ya que la penitenciaria está a una hora de camino del pueblo.
Los primeros días fueron los más difíciles, tener una casa vacia, conmigo y mis pensamientos, recuerdos relativamente nuevos que iban acumulandose con el paso de los días, viviendo dos personas solamente no había tanto que limpiar, así que gran parte del dia lo tenia libre, fue cuando me di cuenta que no tenia recuerdos de hobbies o algun deporte, asi que empece a salir a trotar. Ya sabía en que momento debía regresar para tener la comida lista para que Pedro llegara con una mesa perfectamente bien puesta y la comida caliente, que también, esos primeros días se desperdició mucho… no porque yo cocinara mal, sino porque Pedro al entrar por la puerta se abalanzaba sobre mí, más de una vez tiramos lo que había sobre la mesa para abrirle mis piernas y dejarlo entrar en mi. Pedro de pie con sus pantalones a medio muslo, de igual modo yo solamente me jalaba el pantalón hasta donde fuera necesario para exponer mi culo y ensartar su grueso trozo en mi.
El tiempo pasó, y una rutina se fue asentando, eso no quiere decir que el amor o la pasión se esfumaron, al contrario, me sentía tan deseoso como siempre, o incluso mas, a mitad de la noche me despertaba excitado, tocarme no era la opción, no lograba descargarme asi, me levanté en silencio y fui al baño, me mire en el espejo, mi cuerpo era el mismo, pero juraba que algo ocurría con mi pene, esta duro, en total erección, pero cada vez lo notaba mas pequeño. Volví a la cama con mi esposo, sentir su calor a un lado mio no hacia las cosas faciles, entonces lo descubria, le jalaba la verga hasta ponerla dura y me montaba, me sentía un ninfomano, pero de otra manera no lograba venirme. El momento en que me sentí mas mal fue cuando descubrí unas pastillas de viagra entre las pertenencias de Pedro.
“Pedro… quiero hablar contigo”, le dije durante la cena.
“¿Ocurre algo?”, su semblante fue de preocupación. Le expuse mi pesar, no tenia porque esforzarse de mas, estaba bien si no teniamos tanto sexo. El solo sonrió, me dijo que no me preocupara, que a él le gustaba complacerme, y si eso requería un poco de ayuda no había problema, me confesó que había acudido con el doctor y estaba siendo monitoreado para evitar un futuro infarto.
Mi posición favorita era de misionera, ver a Pedro sobre mi, sus kilos de más no importaban, me hacían sentir sometido, mi figura esbelta siendo oprimida por su silueta gruesa y fuerte. Amaba ver sus caras de placer al descargarse y hacerlo quedarse dentro aprisionandolo con mis piernas, jadeando de placer en nuestras bocas.
Un día que trotaba me encontré cerca de la casa de mis padres y decidí pasar a saludar. Al llegar me topé con que había visita. Entré sin avisar y me encontré a mi mamá cargando a un bebé, sonreí, habían pasado dos meses de mi boda y en todo ese tiempo no había visto a mi hermana, mucho menos a mi sobrino. Mi madre puso una cara de sorpresa, “Diego! Estás aqui, ¿Ocupas algo? De haber sabido hubiera ido a tu casa”.
“No mamá, no ocupo nada, solo pasé a saludar”, me asomé a ver a la pequeña criatura, pero mi madre se volteó dándome la espalda, “¿Qué pasa? ¿ por…?”
“T-tu hermana… no tarda en llegar… ella…”
“Mamá, es mi hermana, tiene que superar la situación, debe de entender también que no tengo recuerdos, por lo menos debería darse la oportunidad de que hablemos, quizás así pueda regresarme la memoria”.
“No es decisión mía”, fue lo único que dijo.
“Está bien… ¿Puedo pasar a mi vieja habitación, solo quiero revisar unas cosas?”. Pasé a regañadientes, deje a mi madre con el bebe en la parte de abajo y subí a la que fue mi habitación. Revisé meticulosamente, buscando algo que me ayudara a recordar, algo que detonara algún recuerdo, algo sobre algún interés, un hobby, etcétera.
Saqué un montón de cosas viejas del closet, nada me traía recuerdos, me senté en el suelo sintiéndome frustrado, estaba teniendo una buena vida, un esposo que me amaba, con el cual disfrutaba en todos los aspectos, pero aun asi sentia que algo me faltaba. Apoyé mis brazos en mis rodillas y me cubrí la cara, ¿por qué? ¿por qué? ¡¿por qué?! Y entonces pateé la pared, soltando un pedazo de madera. Me agaché a asomarme, era un pequeño recuadro suelto, y dentro había algo, metí la mano y saqué una pequeña caja. La abrí intrigado, eran un montón de papeles doblados, eran cartas.
Una tras otra las fui abriendo, eran cartas de amor sin firmar. Entonces me topé con una distinta, la hoja era distinta, la caligrafía tambien, eso llamó mi atención. Decía lo mucho que me apreciaba, no, lo mucho que me amaba y que lamentaba que nuestra amistad fuera a cambiar, que no pudo evitar revelar su amor por mi y que entendía que yo estaba enamorado de “ella”. La carta estaba firmada por… “P”, una sola letra. Mi corazón se detuvo un segundo y mi estómago dió un vuelco, ¿qué es esto? Me dije a mi mismo.
Guardé todo y lo puse dentro del hueco, bajé apresurado las escaleras y me encontré a mi mamá sola, “Mamá”, dije tratando de recuperar el aliento tratando de sonar casual, “Tu sabes si yo antes, ¿tuve alguna novia? O ¿estuve interesado en alguna chica?”
Su reacción me dijo más que cualquier respuesta, se puso nerviosa, asombada. Pero contestó que no sabia y me interrogó de dónde había sacado eso. “Alguien debe de saber eso… ¡mi hermana! ¿Donde esta?”
“Acaba de venir por el bebé, ya debe de haberse ido”. Salí corriendo de la casa para ver como el vehículo se iba acelerando rápidamente. Solo pude agitar los brazos y gritar su nombre pero no se detuvo.
Esa noche, mientras me duchaba con Pedro le comenté sobre mi visita a casa de mi madre, obviamente no le dije todos los detalles, no quería ocultarle nada, pero si yo no estaba seguro para que generar más intriga. Pedro me acariciaba limpiando mi cuerpo, mientras yo también lo hacía con el suyo, el jabón se deslizaba por sus vellos haciendo espuma. “¿Alguna vez me enviaste alguna carta?…”, Pedro me giró para limpiar mi espalda.
Se quedó pensando unos segundos, “Si… una que otra… tal vez”.
“Bien…”, Contesté y me quedé callado.
“¿Por que?”
“No lo sé… por curiosidad… estuve buscando algún recuerdo en mi vieja habitación pero no encontré nada… creo… creo que debería hablar con mi hermana”, la mano de Pedro se detuvo, sentí una repentina tensión.
“Sabes su situación, y que es lo que opina, ¿Crees que sea conveniente?”
“¿Conveniente para ella o para mi?”, me giré para encarar a Pedro, para él era muy fácil, él no vivía sin recuerdos como yo, “Necesito rellenar esos huecos de mi vida, saber que era de mi antes”.
“Yo te lo contesto Diego, yo sé todo sobre ti, ¡pregúntame!”, noté su frustración, el agua de la ducha seguía cayendo sobre nosotros.
“No es lo mismo Pedro”, alcé la voz, “Hay cosas que solo yo me puedo contestar”
“¿Como que?”, era evidente su enojo, había pasado mucho tiempo que no perdía los estribos de esa manera.
“¡No lo se! ¡todo! Que era de mi antes de mi accidente, que era de mi antes de ti, cosas que no puedes contestarme, ¿Acaso tuve algún otro novio? ¿ Alguna novia?”
“¡¿Novia?!”, preguntó sorprendido, como si de mi boca hubiera salido algo sumamente absurdo, “¿En verdad?”
“¡¿Qué?! ¿Es algo difícil de pensar, de creer?”
Entonces Pedro me tomó de los antebrazos y me volteó, presionando su cuerpo contra el mío hacia la pared, me restregó contra el frio azulejo y dijo, “No… es algo muy sencillo… de comprobar…”
Separó mis pies con los suyos, su fuerza era mayor a la mía, no pude poner resistencia. “Soy tu esposo, esta es tu vida y eso te debe de bastar… El único hueco que debe preocuparte que este lleno… es este…”, Sin más, dejó ir su verga dura dentro de mí, grité, a pesar de resbalar en mi lubricado culo sentí la apertura forzada, mis esfínteres cedieron por costumbre pero se tensaron por no estar preparado. Me empujó contra la pared hasta que sentí toda su dureza dentro, me aferré a su cuerpo, gemí de dolor, y de placer, “¡P-Pedro! ¡N…noooo!”, pero él no paró, me embistió una y otra vez estando de pie, su brusquedad superó a cualquier trato previo y terminó sin siquiera cerciorarse de que yo hubiera acabado.
Lo de esa noche lo tomé como un arranque, Pedro había sido bueno y amoroso, fue el calor de la discusión, de cualquier modo hubiéramos terminado follando esa noche, de una u otra manera. Ese fue mi modo de engañarme, y justificarlo. A partir de ese día mis dudas iban en aumento, quise atribuirlo al tiempo libre, pasaba la mayor parte del día solo, y cuando llegaba Pedro, en ocasiones yo quería desahogarme comentándole cosas que había notado en las visitas que hacía a mis padres. Pedro lo tomaba a mal, entendía que no estaba agusto, que no estaba feliz con mi vida, y si lo era, mucho, pero siempre tenía la sensación de que algo no embonanaba del todo. Esas ocasiones en las que yo cuestionaba a Pedro, o si tan solo le comentaba alguna conjetura que yo hacía desencadenada su rabia, una rabia que la proyectaba en la cama, o bien donde fuera. Me cogió con furia en la cama, dándome embestidas duras y a tope, esas eran de perrito, porque ni siquiera tenía el valor de verme a la cara cuando le ganaba el enojo, yo solo gemía mientras duramente era follado. Otras veces era en la ducha o en el comedor, donde tenía que agarrarme fuerte a los bordes mientras el me sostenía y separaba las piernas.
Empecé a amar los fines de semana largos en la cabaña, de vez en cuando Pedro tenia libre uno o dos dias que junto al fin de semana se hacian unas mini vacaciones que no dudabamos en pasar lejos del pueblo, lejos de mis indagaciones, ahi el sexo era tierno, amoroso, Pedro se arrastraba en la cama abriendome las piernas, posandose sobre mi y cogiendome de misionero, mientras me besaba o mejor aun, me mordizqueaba los pezones, otras veces se enfocaba solo en mi placer y me comia el culo haciendome venir con su lengua.
Fui aprendiendo a vivir de esa manera, jugando con su humor, sabiendo que decir y en qué momento hacerlo, tal vez eso era lo que un buen esposo debía de hacer. Pronto sería nuestro primer aniversario, y estaba acoplado perfectamente a esa vida, había aceptado mi vida tal cual era, viviendo una vida simple en un pueblo pequeño estando casado con un buen hombre que proveía y que hacía que nada me faltara. El sexo volvio a ser amoroso, nuestra relación mejoró, todo al decidir dejar cualquiera que fuera mi vida atras. Esa mañana, la de nuestro aniversario, me disponía a preparar una comida especial, me tomaria un poco mas de tiempo asi que empecé temprano, la casa estaba pulcra, cambié la ropa de cama y me encargue de dejar un buen aroma por todos lados, solo faltaba el elemento afrodisíaco de la noche, nada que nos llenara mucho el estómago y que nos diera energía para dar rienda suelta al deseo. Pero alguien en la puerta me interrumpió, ¿Quién será?, me pregunté, rara vez teníamos visita, y menos sin avisar. Abrí y me topé con un hombre unos años mayor que yo, vestía de traje y corbata, desentonaba con el habitual atuendo de los lugareños, lo miré amablemente, pensé que seria alguien que iba de paso y necesitaba direcciones o algo de ayuda.
“Buenos días”, le dije, entonces su ojos se abrieron un poco sorprendido y extrañado.
“¿Mario?”, preguntó, “¿Qué haces aquí?”, el hombre se echó para atrás unos pasos y miró como si estuviera en el lugar equivocado.
“Diego, mi nombre es Diego”.
“¿Aquí vive Pedro Quiroz?”
“Si, aqui es, ¿le puedo ayudar en algo?”, entonces el hombre sonrió incrédulo.
“¿Me intentas tomar el pelo verdad?”, su sonrisa continuaba dibujada, “¡Soy yo! ¡Alberto Martinez!”, agitó su cabeza ante mi negativa, “¡Vamos hombre! Ni que esas noches de juerga y todo ese alcohol te hayan hecho olvidar, ¿Puedo pasar? Necesito mear”, su familiaridad hacía mí me desconcertó, me hice a un lado para dejarlo pasar, me quedé de pie a unos pasos de la puerta, el hombre desconocido pasó al baño y dejando la puerta abierta empezó a mear, y entre el sonido del chorro y el eco del baño siguió hablando, “Me preguntaba que había sido de tí, no pensé que te fuera a gustar el lugar, digo, siendo de la ciudad…”
“¡¿Que?!”, pero exclamé solamente para mi, entonces el hombre salió, ni siquiera me importo que no se hubiera lavado las manos, entonces ya con más calma comenzó a ver el interior de mi casa. Recorrió lentamente hasta llegar al estante con fotografías, entonces vió esa donde estamos Pedro y yo el dia de nuestra boda, el hombre volteó hacia mí frunciendo el ceño, “¿Qué es esto?”, preguntó.
“E-Ese soy yo… y mi esposo… Pedro, el día de nuestra boda…”
“¡No me lo creo!”, su cara mostró una sorpresa inaudita, “¿Tu? Y… ¿se casaron? Pero sí…”
“Disculpe, no se quien sea usted, ni que está haciendo aquí, pero fue suficiente… Mi nombre es Diego, y lo más probable es que esté confundido…”
“Perdon! Lo siento, no fue mi intención”, alzó los brazos en señal de paz, “Es solo que… Bien… ¡Diego!… como tu digas… pero el Mario que yo conocí, que definitivamente eres tú, era un machito que le encantaban las nenas, un muchacho de la ciudad que no toleraba tener que ir de comisión a San Quintín…"
"¿San Quintín?", mi corazón empezó a bombear más rápido.
"Si… El Instituto San Quintín", ya había escuchado alguna vez ese nombre, es la penitenciaría donde trabaja Pedro.
"¿La penitenciaría? ¿De comisión? ¿Qué habría yo de estar haciendo ahí?"
"¿Penitenciaría?", preguntó el hombre enteramente confundido, "San Quintín es una institución psiquiátrica, estabas encomendado a hacer visitas periódicas por la comisión de derechos humanos, para el trato apropiado de los pacientes, ahí fue donde nos conocimos, yo soy de recursos humanos… ahí fue donde conociste a Pedro…"
"¿Ahí lo conocí?", no podía razonar más que preguntar lo mismo que me estaba contando, traté de sentarme y casi caigo al suelo, jalé una silla y me senté abrumado.
"Si, él te mostró el instituto, él es guardia ahí, fuimos a tomar bebidas varias ocasiones… hasta que…"
"¿Hasta qué?", lo miré fijamente.
"Bueno, tú decías que era un hombre muy raro, te burlabas… nos burlábamos de él, ¿no recuerdas?", lo noté desconcertado, los dos estábamos extremadamente confundidos, "Y se puso peor cuando empezaste a salir con esa chica… la mesera…"
"¿Que chica?"
"No lo sé, no supe su nombre, no te notaba muy serio con ella, pero Pedro empezó a comportarse raro… o eso dijiste tú…"
Sentí que estaba por hiperventilar, quería vomitar, la vista se me nubló. Alberto se acercó a mí, "¿estás bien? ¿Necesitas algo?", pero no dije nada, estaba paralizado, "Bien, respeto tu decisión, entiendo que lo hayas querido ocultar… sabes, tengo un familiar que también ocultaba su homosexualidad, el incluso era un bravucón con los demás chicos gays para ocultarlo… no te preocupes, no diré nada… pero no tienes que recluirte en un pueblo para vivir tu vida.. Te dejo estos documentos, son para Pedro, debe de llevarlos firmados mañana, olvidé dárselos hoy y justo salgo de vacaciones, estaré fuera dos semanas".
Mientras estaba perplejo por lo que acababa de escuchar, Alberto dejó los documentos sobre la mesa y salió. Yo quería gritar pero no podía, abrí la boca y no salía nada, tenía un nudo en la garganta, mis piernas no respondian, entonces logré decir algo, "aa", un simple sonido, la letra 'A', volvi a intentarlo, "aaah!", por fin pude decir algo, aunque fuera un grito, "Aaaah!!!", comencé a temblar, "¡auxilio!", no paré de repetirlo hasta que me pude poner de pie y salí de la casa, "¡auxilio!", grité, pero el coche ya estaba demasiado lejos, "¡Sácame de aquí!".
Continuará.