Recuerdos Perdidos

By Hugo Dan

Published on Feb 15, 2022

Gay

Debes tener al menos 18 años para leerlo, este es un trabajo de ficción, todo en esta historia proviene de mi imaginación, espero te guste, me encantaría saber tú opinión.

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El orgasmo fue intenso. Tanto que quedé sin respiración por unos segundos, mis dedos se aferraron al lavamanos para no dejarme caer sobre el azulejo del baño, mis brazos se tensaron al igual que todos los demás músculos de mi cuerpo, todos, incluidos mis esfínteres que intentaron aprisionar los dedos de Pedro que permanecieron dentro de mí todavía un momento más después de mi descarga. No llevaba la cuenta de hacía cuanto tiempo no eyaculaba, que incluso en ese momento sin recuerdos, sabía que esa descarga de tres o cuatro disparos era de varios días. Cerré los ojos y me recuperé, escuché la respiración de Pedro a un lado mío, sus falanges fueron resbalando de mi interior, dejando una extraña sensación de vacío y sentí una peculiar incomodidad, no por lo que me provocó, sino porque incluso un instante después extrañé sentirlo dentro.

Pasamos ese día realizando las mismas actividades cotidianas de los días anteriores, una vida sencilla en un pueblo pequeño. Por la tarde vimos la televisión, pasaban un película vieja, por alguna extraña razón lo notaba, la imagen, la música, detalles como la ropa y los peinados, incluso detalles un poco más técnicos por así decirlo como las secuencias de acción, me parecían pasadas de moda, ¿Pero cómo podría saberlo? Sin siquiera recordar experiencias de hace más de una semana.

Estábamos sentados en el sofá, uno al lado del otro viendo la película, estaba entretenido pero un ansia me recorría el cuerpo, desde esa mañana en el baño algo cambió en mí. Una sensación efervescente y en ebullición en mi centro, pasé saliva más de una vez, Pedro sintió mi comodidad a su lado, alzó su brazo para rodearme, comenzó a acariciar mi hombro y bicep mientras seguía atento a la pantalla, en lugar de negarme a su tacto, recargué mi cabeza sobre él. Comencé a sobar mi mejilla en su hombro, inhale su aroma, la mezcla de su olor corporal con su desodorante. Pedro acercó sus labios a mi cabeza y me dio un tierno beso, se acomodó en su lugar para estar más cómodos. Entonces su otra mano se deslizó a mi pierna, me reincorporé en mi lugar, no sobresaltado, más bien para poder mirarlo, nuestros ojos estaban fijos, mi mirada era expectante, con duda, y la de él era decisiva, aunque relajada y un poco lasciva. Mi respiración era profunda, temía lo que iba a ocurrir, y así fue, Pedro se acercó lentamente, intentando besarme otra vez, lo esquivé suavemente, intentando no fuera muy notorio el rechazo, no tuvo de otra más que besarme en la mejilla, pero no paró ahí, siguió besando mi cara, recorriendo desde mi oreja y bajando hacia mi cuello, mordí mi labio inferior, estaba negandome a algo que indudablemente se sentía bien, pero ¿Porque? ¿que me detenía a dar rienda suelta a mis impulsos? ¿Miedo? Muy dentro de mi no creía que así fuera.

Cerré mis ojos mientras Pedro seguía estimulando mis zonas erogenas, un brazo lo tenía sobre mis hombros y espalda manteniéndome pegado a él, entonces sentí su otra mano sobre mi pierna, apretó amablemente mi muslo, tomé aire, eso si no lo esperaba, me quejé, pero resulto ser más como un leve gemido, sentía el placer invadirme, su varonil y gruesa mano estaba tan cerca de mi entrepierna, pero extrañamente mi excitación no provenia de la idea que fuera a tocar mi pene, en mi cabeza volvía el recuerdo de esa mañana, de sus gruesos pero suaves dedos introduciéndose en mí. Su mano fue deslizándose y lo detuve poniendo mi mano sobre la de él, entonces él la tomó y la llevó a su bulto, apretó mi mano con la suya, sentí su firmeza, una masa dura prisionera de su pantalón. Fue demasiado para mí, me separé, o eso intenté porque Pedro me detuvo, sus manos se aferraron a mi, su respiración se agitó, su seño fruncido me indicaba su frustración.

“Lo siento… por favor…”

“¿Entiendeme?” me arrebató lo que yo iba a decir, “Porque no me ´entiendes´ tú a mí?”, su puño permanencia cerrado en mi muñeca, estiré pero no me soltó, “He sido muy paciente, te he cuidado lo mejor que he podido, te demuestro mi preocupación y mi cariño y tú… lo único que tengo de ti es rechazo”.

El reproche era auténtico, pero en retrospectiva no tenía porque ceder, yo estaba en mi derecho si no me sentía seguro, de todos modos en el momento me sentí mal, no solo me cuidaba las 24 horas del día, estaba atento a mis necesidades. Entonces me solté, Pedro se puso de pie y caminó hacia su habitación, o bien, la segunda habitación que él estaba ocupando. Me quedé pensativo, sentado en el sofá con mis manos sobre mis piernas, ¿Que hubiera pasado si Pedro me seguía acariciando? Si solo se hubiera limitado a tocarme, y estimularme, yo lo hubiera dejado, porque el placer lo estaba sintiendo yo. ¿Acaso estaba siendo egoísta? Me sentía con el poder de negarme porque así lo sentía, pero no era más que una doble moral en la que si yo era el receptor, estaba bien, pero si era mi turno de devolver el favor la situación cambiaba. Observé la pantalla, la película seguía su curso pero ya había perdido el hilo de la historia, dejé pasar una escena o dos, la sensación de incomodidad en mi estómago daba vueltas, me puse de pie, me surgió la necesidad de disculparme. Caminé lentamente hacia la habitación de Pedro, que estaba a unos pasos por el pasillo donde estaba la que yo ocupaba. Me quedé parado justo enfrente, con el puño a milímetros para tocar, mejor agarré la perilla y abrí.

Esperaba encontrarmelo sentado sobre su cama, su semblante serio, con enfado, frustrado como yo por toda esa situación, o quizás recostado en la cama viendo al techo, pensando en sus acciones, tal vez ninguno de los dos estaba mal o quizas los dos teníamos algo de culpa, yo estaba dispuesto a dialogar, entonces di unos pasos dentro, pero frente a mí, me encontré a Pedro de pie, sus pies un tanto separados, con su pantalón hasta los tobillos, con una mano se apoyaba en la pared mientras con la otra salvajemente intentaba arrancarse la polla, o eso me parecia a mi de lo agresiva de la situación, admiré sus redondas nalgas cubiertas de una leve capa de vello, Pedro giró su cara hacia mí, no alcancé a disculparme por mi intromisión, pero el tampoco dijo nada, simplemente nuestras miradas se encontraron, su cara enrojecida jadeaba, gruñía con rabia, entonces sus ojos se elevaron perdiéndose, vi como se fueron poniendo en blanco mientras sus graves gemidos aumentaron en intensidad mientras el intervalo se alargó. Pedro se encorvó ligeramente, y no era para más, se notaba exhausto. Me quedé con la boca abierta, sin idea de que decir, Pedro no se vió sorprendido, ni se inmuto en subir su pantalón hasta sus caderas y caminar hacia la puerta, su verga todavía dura y babeante se balanceaba con su andar.

“¿Podrías limpiar, por favor?”, me dijo serio deteniéndose a mi lado, “Tengo que ir al baño”, yo asentí, acepté por vergüenza de haberlo interrumpido en un momento tan íntimo que fue mi forma de disculparme, y no es que fuera necesario, a Pedro ni siquiera le importó, ni lo detuvo que yo entrara para continuar y venirse sobre la pared.

Caminé hacia el extremo donde aventó su semen y vi como escurría, dos o tres hilos de espesa leche resbalaban por la pared, vi una caja de pañuelos desechables sobre la mesa de noche y limpie con cuidado. Salí de ahí para tirar los pañuelos en la basura, me topé a Pedro saliendo del baño, acomodaba su pantalón, me miró caminar con los pañuelos en mano y me dijo.

“Disculpa que te haya pedido que limpiaras, tenía que orinar”.

“No te preocupes”.

“No es algo que suela hacer”.

“No tienes que…”, iba a decir que no era necesario que mintiera, “Es natural… masturbarse”

“¿Qué? Oh no”, mostró una leve sonrisa, que ya era bastante buena señal, “Me masturbo todos los días, me refiero a manchar las paredes… u otros lados. Ya que estemos casados te prometo que no tendrás que limpiar nada de eso… todo irá en tu culo, o por tu garganta”, ya no dijo más, no fue necesario.

Una fuerte excitación me lleno el cuerpo durante la noche, mis sueños eran difusos, veía formas pero se desvanecian casi al instante, pero el sentimiento crecía invadiendome física y mentalmente, Desperté con un gemido, abrí los ojos con mi cara sobre el colchón, un pedazo de sábana empapada con saliva que seguramente estuve mordiendo, mi camiseta estaba en el suelo, y mi short estaba en mis muslos, mi culo estaba descubierto y levantado. Tome conciencia, estaba agitado, sentía el  ́ansia´, esa extraña sensación que me había recorrido el dia anterior en el sofa. Entonces noté la picazón en mis pezones, los toqué, no entendía, entonces los pellizque, tuve un alivio breve, ¿o era placer? Después me percaté de la palpitación en mi pene, estaba erecto, me giré sobre la cama y lo admiré, ¿porque lo notaba pequeño? Estaba duro y el prepucio apenas descubrió la mitad de la cabeza. Bajé mi mano para tomarlo y sobé despacio, el habitual movimiento de antebrazo, me gustaba la sensación, pero había algo que faltaba, con mi mano libre continué estimulando mis pezones, me hacía gemir más que tomar mi verga. Entonces me giré, comencé a restregar mi cuerpo sobre el suave colchón, gemí levemente con la fricción que hacían mis pezones sobre la cobija, por instinto mis manos se deslizaron a mis nalgas, las cuales separé exponiendo mi culo, mis curiosos dedos buscaron la entrada, la cual rodeé, mis dedos husmearon un momento dudando, como no queriendo entrar, no me atrevía a pesar de saber que eso exactamente era lo que necesitaba. Entonces el índice derecho se atrevió, este se adentró sin problema, mi tratamiento mantenía mi culo lubricado, mordí la sabana, el placer me invadió, moví mi cadera restregando mi pene sobre la cama, la estimulación de mi culo hacia que mi pene sintiera placer, era muy extraño, o mas bien seguía negándome a la realidad, pero estaba solo, sin nadie que me juzgara,y decidí que ni yo lo haría, por lo menos conmigo mismo no me detendría, entonces mi dedo medio acompañó al indice y comencé a dedearme con ritmo, mi pene tieso goteaba y mis gemidos eran ahogados sobre el colchón, que poco me importó porque cambié de posición más de una vez, necesitaba explorar, encontrar el punto justo que me hiciera explotar de placer, y así fue.

Apoyado en mis rodillas, alzando el culo mi mano estaba estirada debajo de mi, mis dedos atravesando el perineo introduciendose una y otra vez en mi culo, mi pecho y cara sobre la cama, la picazón en mis pezones era aliviada con la fricción, mantenía mis ojos cerrados perdido en el placer que yo solo me estaba dando, entonces con una mueca en mi cara un flujo de sensaciones se disparó, todo mi centro se tensó, mis esfínteres se apretaron al igual que mis músculos pélvicos, entonces me vine. Descansé con una sonrisa en mi cara, definitivamente eso era lo mio, era innegable, no tenía porque reprimirme.

Ese era el día antes de la boda, podríamos haberlo pasado en casa como todos los días anteriores ya que Pedro se había asegurado que todo estuviera listo, pero quise hacerme partícipe aunque fuera en algún último preparativo. Pedro me dijo que lo único que faltaba era ir a recoger los anillos de boda.

Antes de salir, tomamos una ducha, ya era costumbre hacerlo juntos, dejé que Pedro me lavara el cabello y acariciara mi cuerpo con el jabón, nada distinto a lo habitual, solo que yo estaba dispuesto a poner de mi parte, es lo menos que podía hacer, al dia siguiente seriamos esposos, y aunque seguía sin recordar nada, empezaba a creer que era lo correcto, todos así lo decían.

Tomé el jabón de la mano de Pedro y me giré para mirarlo de frente, acaricié su pecho, sus vellos empapados danzando con la caída del agua, hice un poco de espuma que comenzó a deslizarse por su silueta, ya comente como es su cuerpo, pero quizás omiti algo, es un hombre fornido por trabajo y no porque lo trabaje por estética lo que lo hace ver natural.. Sus kilos de más lo hacen ver macizo, ligeramente ancho mas no es gordo, sus bíceps son gruesos al igual que sus muslos los cuales lavé con suavidad, Pedro me miraba atento a mis acciones, dejando hacer lo que él todos los días llevaba haciendo con mucha amabilidad. Cubrí todos sus rincones, desde sus axilas velludas hasta sus duras pantorrillas para lo cual tuve que agacharme y ver de frente esa verga gorda que todo el tiempo estaba dura, Apreté mis labios, me levanté lentamente sin perder el contacto visual con su falo, ese trozo de carne que próximamente estaría dentro de mi, No pude evitar pensar en el posible dolor.

Entonces imaginé que si mis dedos lograban darme tremendos orgasmos, una verga dentro de mí tendría que llevarme al cielo. De pie me restregué de frente a mi futuro esposo, entonces lo abracé, Pedro me rodeó con sus fuertes brazos, yo descansé mi barbilla en su hombro, en seguida mi mano derecha buscó su entrepierna, rodeé su falo con mis dedos, sentí su dureza mas no me esperaba lo caliente que estaba. Comencé a acariciarlo, de arriba a abajo, lentamente, sentí su grosor, su relieve, sus venas, esa vena ancha que recorría su longitud para darme la bienvenida a la gruesa cabeza, Pedro gimió, supe que estaba bien lo que hacia. Seguí amablemente pajeando a mi prometido, sus manos acariciaron mi espalda, sus jadeos en mi oído me indicaban el ritmo, sus manos apretando mi cintura y mis nalgas me indicaban que gozaba, entonces sus dedos buscaron mi culo, metió uno de golpe y gemí, mordí su trapecio aguantando, a pesar de estar lubricado y haberme dedeado esa misma mañana, el grosor de sus dedos no tenian comparacion con los mios. Apreté con fuerza, lo masturbé con más ritmo, entonces gimió con su gruesa voz, no solo sentí el calor de su miembro en mi mano, sentí lo caliente de su leche escurriendo en mi cuerpo.

En pueblos pequeños como en el que vivo hay escasez de servicios, si se requiere de algo en especifico habría que ir a la ciudad mas cercana que esta a mas de dos horas de camino en automovil, asi que no es extraño que las personas de la comunidad aprovechen para crear algún negocio adicional, sea o no en su rama. Por ejemplo, que el carnicero sea el florista en sus tiempos libres, o que el panadero arregle bicicletas mientras esta horneando los baguette. Mi punto es que cuando Pedro se estacionó frente a la farmacia dudé un poco.

“¿Que hacemos aqui?”, Pregunté, todavía tenia suficientes de mis supositorios para una semana mas.

“Te dije que vendríamos por los anillos”

“Si… pero es que…”, Pedro notó mi confusión.

“Perdona”, tomó mi mano y la apretó amorosamente, “De pronto se me olvida… ehm… el señor Villegas, el de la farmacia, es tambien el joyero del pueblo”

“Oh…”

Con el habitual tintineo de la campana sobre la puerta de entrada nos adentramos en la farmacia, el señor Villegas se paró de su banco detrás del mostrador y nos sonrió.

“¡Pedro!”, exclamó alegremente, era un hombre mayor y delgado, un tanto bajito y con una ligera calva, “¡Buen dia!”

“Buen dia”, le sonreí, entonces me miró, fue inevitable ver como su sonrisa paso de auténtica a forzada, fue muy extraño.

“D-Diego… ¿que tal?”, dijo, “qué gusto,¿Como sigues de la…?”, hizo un ademán palpando levemente su palma en su cabeza, dando a entender que se refería a mi golpe y mi perdida de memoria.

Me encogí de hombros.

“Señor Villegas”, interrumpió Pedro, “Venimos por lo de los anillos”

“Oh! ¡Claro! Pasen…”, el farmacista joyero abrió la pequeña puerta que daba acceso a la parte trasera, avancé siguiendo a Pedro mientras el señor Villegas se quedó a cerrar la puerta de la farmacia poniendo un anuncio que indicaba regresaba en algunos minutos.

La habitación trasera tenía varias vitrinas no muy grandes, uno que otro artículo en exhibición, quizás esperaba escaparates llenos pero recordé que estaba en un pueblo chico. Lo que sí fue extraño fue la silla al fondo, una especie de silla de dentista y sonreí al pensar que el hombre tuviera una tercer carrera. Me detuve a ver lo poco que había, entonces fruncí el ceño al darme cuenta de algo, y volteé buscando a Pedro.

“Pedro…”, mas estaba ocupado con el señor Villegas, que le estaba entregando dos cajas negras aterciopeladas, Pedro volteó hacia mí con una gran sonrisa, “Que clase de joyero…?” susurré para él, pero sin prestarme atención abrió una de las cajas, revelando un anillo grueso y muy amplio, lo miré confundido.

“Este es el mio”, me dijo, entonces abrió la otra caja, mostrándome un anillo de tamaño más razonable, pero aun asi demasiado pequeño para mi, ademas de tener una pequeña borla de metal, mi dedo no iba a caber ahí suponiendo que ese era el mío.

“Pero… estoy confundido…”, le dije extrañado, mi semblante era mas que evidente, “, tomé el anillo que me dijo era el suyo y lo coloque sobre mi palma, su circunferencia abarcando la mitad de mi mano, “En qué dedo te va a quedar esto…”.

Entonces Pedro rió, genuinamente soltó una carcajada ante mi ingenuidad, “En ninguno, tontito”, me dijo con ternura, entonces agarro el aro de metal y continuó, “Este anillo va en mi verga, es un anillo para pene…”

“Pero… ¿por que?”, estaba mas confundido que nunca, “¿No dijiste que vendriamos por los anillos de boda?”

“Exacto”, me miró como si yo hubiera preguntado algo sumamente absurdo, “Son los anillos que tu querias…”

“¿Yo?”

“Si… tú… tú mismo los ordenaste, me dijiste que querias algo fuera de lo convencional, y bueno… esto es sumamente poco común, yo solo estuve de acuerdo porque insististe mucho…”

No lo podía creer, no podía ser cierto que yo decidí eso, me negaba a creerlo, me quedé callado unos segundos, y pensé en los días que ya llevaba sin recordar nada y en cómo las cosas se iban acomodando. Desperte sin saber quien era y sin saber por que estaba comprometido con otro hombre, y de pronto me doy cuenta que en efecto, es posible que yo sea homosexual, ¿por que otra razon disfrutaria tanto estimular mi ano, no? Eso es de… homosexuales… Respiré profundo, estaba ofuscado y quizás eso tenía una mejor solución, a final de cuentas las decisiones se pueden cambiar, o revertir.

“Si yo decidi por esto, ¿Por que el mio es mas pequeño?” mire a Pedro, entre nosotros era evidente que sabíamos la diferencia en nuestros tamaños,  “No lo tengo tan pequeño, no creo que ni siquiera me quede en algún dedo…”

“Amor…”, me dijo calmadamente, Pedro talves estaba aprendiendo a tratar con mi amnesia, “Tu anillo… es un piercing”.

“¿Y donde jodidos…?”, exclamé y calle al instante, Pedro bajó su mirada a mi entrepierna, no, ¡no!

Salí casi disparado de ahí, quise abrir la puerta hacia la calle pero estaba cerrada, lo que permitió a Pedro alcanzarme, me tomó de los brazos y me volteó hacia él.

“¿Que pasa?”, me preguntó, “Esto es lo que tu querías…”

“Es que no lo puedo creer Pedro… ¿cómo puede ser que todo esto no me parezca familiar? ¿Como no puedo recordar mi vida, mis decisiones…? No puedo con todo esto, no…”

“Por eso estoy aqui Diego… para ayudarte”

“Pues tal vez no es lo que yo necesito”, hablé tajante, con frustración. Entonces Pedro se volteó. Contrario a sus otras reacciones cuando yo me rehusaba a aceptar lo que me decía, esa vez me dio la espalda y se encogió de hombros. Quizás crucé la línea, noté que empezaba a llorar, suspiré, “Lo siento… Pedro… estoy muy agradecido contigo, tu has estado para mi todo este tiempo, pero…”, alcé la mano, estaba por ponerla sobre su hombro.

“No digas mas”, me interrumpió, “Esta bien… tal ves tienes razón… y no soy lo que necesitas…”, giró lentamente, sus ojos estaban enrojecidos, “Quise creer que retomando  nuestra vida juntos recordarias… veo que no funciona así… no se que hacer…”, su voz se entre cortó, una lagrima comenzó a caer, di un paso hacia él, pero por primera vez él retrocedió. “No… no me estoy dando por vencido, al contrario, si lo que necesitas es estar solo, lo haré… pero quiero que sepas algo, yo te amo Diego… y cuanto por fin lo recuerdes, estaré ahí… esperándote…”

No se si fue empatía o verdaderamente estaba sufriendo yo también el rompimiento. Miré al suelo y escuché como Pedro giraba la llave de la puerta para abrir y salió.

¿Estaba tomando la decisión correcta? ¿Cómo era posible no recordar? Más aun, como negarme al hecho de que todos ahí nos conocen y están felices porque estamos juntos, mis padres aceptan mi relación y están ansiosos por la boda. Ya lo dije una vez, y lo vuelvo a repetir, quizás yo solo estoy saboteando mi recuperación, el médico me dijo que tenia que redescubrir lo que me causa placer, eso incluye lo que me hace feliz, ¿Será Pedro en verdad lo que me hace feliz? No estoy seguro.

Salí agitado, con prisa, la camioneta de Pedro seguía estacionada, miré a ambos lados de la acera, entonces lo vi caminando, alejándose de mí, era mi decisión, tomarlo o no…

Corrí hacia él, “¡Pedro!”, grité, cuando por fin lo alcancé mi respiración estaba tan agitada que no podía hablar, me miró con extrañeza, “¿Que ocurre? ¿estas bien?”

“No lo se…”, dije con la voz entrecortada.

“¿No sabes si estas bien? ¿Quieres que te lleve al medico?”

“¡No! No se si yo te amo…”, su semblante era de tristeza, “No se si yo te amo tanto como tú a mi… pero si estoy seguro de sentir algo… y estoy dispuesto a averiguarlo… si me dices que nos vamos a casar, nos casamos, si me dices que esos son los anillos que yo elegí, te creo, pero por favor, no dejes de creer en mí, en que puedo recuperarme algún dia”

“¿Hablas en serio?”, me dijo, su tristeza permaneció pero una ligera sonrisa se comenzaba a dibujar. Entonces asentí animosamente, y ahí parados uno frente al otro a mitad de la acera me lancé hacia él y lo besé, mis delgados y rosados labios se pegaron a los suyos, su corto bigote y barba cerrada pinchó mi cara, y no me importó, al contrario, lo disfruté.

Pedro me tomó en sus brazos y me giró mientras reía a carcajadas de felicidad. Me volvió a abrazar fuertemente hacia él.

“Te prometo que seremos muy felices juntos”, me dijo al oído mientras nuestros cuerpos embonaban perfectamente en un tierno abrazo de enamorados.

Volvimos con el farmacéutico joyero, nos paramos uno frente al otro y seguimos las indicaciones del señor Villegas, bajamos nuestros pantalones a la par, Pedro vestía su ropa interior tipo boxer ajustado y yo una trusa, volvimos a agacharnos para retirar esa ultima prenda, con Pedro no hubo tardanza, simplemente el hombre se acercó y tomando el rabo flácido de Pedro metió el aro plateado, escuché unos leves quejidos pero fue solamente al pasar las bolas de un lado al otro del grueso anillo.

“Queda perfecto”, dijo el hombre, lo tanteó un momento como a un racimo de uvas y lo dejó colgar, después lo movió de un lado a otro y preguntó si se sentia agusto, Pedro comentó que era un poco incomodo, pero el joyero le aseguró sería únicamente por el periodo de ajuste, quizas unos dias despues ya ni siquiera notaría que lo trae puesto. “No solo se ve bien, esto mantendrá la erección por mas tiempo, no que la necesites”, dijo sonriendo picaramente, “Pero no esta demas para un recién casado”. La ventaja era que él podía quitarlo y ponerlo, como cualquier otro anillo de matrimonio. En cuanto a mi, fue totalmente distinto, el señor Villegas me indicó sentarme en la silla reclinable, lo hice y respiré profundamente un poco nervioso, el hombre se sentó frente a mí, mis piernas colgaban en el borde y de pronto pensé en que así es como las mujeres son revisadas por el ginecólogo. El señor Villegas se puso sus guantes, el sonido del latex me hizo respingar.

“Muy bien Diego, tu pediste un anillo en tu prepucio, creeme, no es la solicitud mas peculiar que he recibido”, tal ves el saber que ningún objeto de metal me atravesaría el glande o el tronco de mi miembro me hizo sentir alivio, simplemente me atravesaría una membrana de piel, ni siquiera era tan grueso como el lóbulo de la oreja, o el cartílago en la nariz, debia ser mas sencillo, ¿no? Entonces el hombre tomó mi prepucio y lo jalo levemente, metiendo el pulgar y presionando por fuera con el indice, después tomó una pinza con su mano libre y la colocó pinchando la parte superior de mi piel, la pinza tenia forma de triángulo hueco, presionó con un poco mas de fuerza, apreté los dientes. Pedro se acercó y me tomo de la mano. El joyero entonces tomó una especia de aguja y la acercó a mi pene, cerré los ojos. Fue más mi miedo anticipado, sentí un fuerte pinchazo, no mentiré, si me dolió, pero no fuera algo insoportable. El hombre limpió el área y para cuando abrí los ojos ya tenia la argolla colgando de la punta de mi pene, me untó una crema para evitar infecciones y esa misma servía para calmar el dolor. Me senté a admirar la obra, de mi pequeño y flácido pene colgada mi anillo de boda, una pequeña borla metálica estaba unida, parecía mas un extraño cascabel a una alianza. Pero eso era mi deseo… o eso creía.

Next: Chapter 4


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