Debes tener al menos 18 años para leerlo, este es un trabajo de ficción, todo en esta historia proviene de mi imaginación, espero te guste, me encantaría saber tú opinión.
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Mi vida ecuestre
Capítulo 14
Descansaba mi cabeza en el frío concreto de la celda, mis pensamientos en blanco, cuando no se tiene aspiración alguna y ya has agotado tus buenos recuerdos una y otra vez, ya no hay nada más que te distraiga. Mi cuerpo inerte sentado sobre la paja de pronto tenía espasmos, mis piernas reaccionaban por reflejo empujando la paja con mi pie como si fuera un cuerpo sin vida. Escuché el sonido metálico de la rejilla abriéndose para después asomarse un cucharón que sin más fue girado para dejar caer el insípido engrudo que ahora me alimentaba, me acerqué casi arrastrándome y con mi manos tomaba la masa para llevarla a mi boca, al principio me rehusaba a comer, ¿Quien no lo haría? Ya me había acostumbrado a otra dieta, pero el instinto de supervivencia te hace ceder, de inicio evitaba las espigas del heno, pero ya después daba igual, de todos modos eran fibrosas que era imposible masticarlas, simplemente las escupía.
El músculo tarda en desarrollarse, se requiere ejercitar constantemente, llevar una dieta adecuada es de mucha ayuda, pero perderlo es muy fácil, y más si no se realiza ninguna actividad y se está inmóvil la mayor parte del día. Vi mis músculos desinflarse con el paso de los días, aunque de todos modos seguía teniendo una figura esbelta y definida.
No quería verlo de esa manera pero había perdido la oportunidad de una vida mejor, quizás ya habían quebrado mi espíritu y eso era lo que genuinamente creía. En ese momento estaba en el punto más bajo hasta entonces, ni siquiera sonreí por lo curioso de la ironía, cada cambio que tenía lo creía mi peor momento, y siempre era superado por algo peor. Entonces se escuchó el chirrido de la puerta.
Aquel primer día que pasé en la celda, estaba furioso, también desconcertado por lo que me pasaría, ver de nuevo a Jorge el capataz no auguraba nada bueno, pero el sentimiento de verme saboteado estaba todavía latente, mi respiración era agitada, caminaba de un lado al otro en mi nueva prisión bufando y gruñendo de rabia, yo era el indiscutible ganador, ¡Si! Ya imaginaba a la audiencia gritando que había sido una trampa, pidiendo se hiciera algo al respecto, ¡Ja! Incluso me reí al imaginar al señor Pierce cancelando la carrera para arreglar las cosas. La audiencia aclamaría por mí, que me dieran el gane y castigaran a los ponys responsables. Que soberbio era.
Entonces la puerta se abrió por primera vez, dos capataces con picana eléctricas en mano me sacaron, me hicieron caminar por un pasillo de celdas igual a la mía para salir a un área abierta, el suelo de tierra, y en medio una "X" de madera, a un lado de la estructura estaba de pie Jorge el capataz con dos hombres más. Caminé hacia él y me dijo "Párate de frente a la equis…".
"¿Para qué?", pregunté, una fuerte descarga en mi abdomen me tiró al suelo.
"¡Obedece! O haré que obedezcas", fui levantado por dos de los hombres, la descarga había sido fuerte, como pude permanecí de pie mientras ellos aseguraban mis muñecas y tobillos a la estructura, como el hombre de vitruvio pero con tablones impidiendo moverme.
"¿Que hacen? ¡sueltenme!", y entonces sin poder voltear a ver qué ocurría detrás de mí, escuché como se rompía el viento para después sentir un tremendo dolor en mi espalda, "¡Aaaah!", grité tratando de arquear mi espalda, "¡No!", grité al sentir de nuevo el látigo, "¡No pueden hacerme esto! ¿Dónde está el señor Pierce?".
Entonces Jorge caminó al frente mío, parándose justamente donde pudiera verme a la cara, enseguida sentí otro golpe, era como si agujas se clavaran en mi piel. "El señor Jasper Pierce fue quien ordenó los azotes…", dijo el capataz, "Diez azotes diarios por una semana para que aprendas tu lección". El hombre se quedó de pie mientras los azotes seguían, sentía como el dolor no solo era superficial sino que penetraba.
Después de los diez azotes que había ordenado el señor Pierce me dejaron atado, el dolor no se desvanecía ni un poco, al contrario, estar colgado bajo el sol lo hacía peor, mi cuerpo comenzó a sudar y me percaté que debía tener heridas porque empezaron a arder. No tenía manera de contar el tiempo, pero no fue poco, después de que el sol estuvo en su máximo punto, un cuidador se acercó a mí, "Por favor…", musité "Déjeme…".
"Todavía no… ordenes del capataz", sentí un fuerte ardor en la espalda que me hizo gritar, me retorcí de dolor, e intente forcejear, "Es alcohol, para que no se te infecten las heridas".
Cedí todas mis fuerzas quedando colgado, aunque me sostenía la estructura, no me desmayé pero poco faltó, de mis ojos escurría lágrimas así como de mi boca escurría saliva. Después de un rato fueron por mi, dos cuidadores me arrastraron hasta mi celda.
El siguiente día no fue mejor, al contrario, yo sabía lo que me esperaba, intente luchar sin oportunidad, pero no me quedaba opción, los azotes fueron iguales, el tiempo bajo el sol también sintiendo como mi propio sudor jugaba en mi contra para después sentir el fuerte ardor del alcohol.
Los azotes eran un castigo fuerte a mi físico pero el encierro fue una tortura a mi espíritu. No poder ver a nadie, no escuchar nada del exterior, estar solo con mi dolor y mis recuerdos, mis sueños de libertad esfumados, yo ya no conocía otra vida y quizás no lo haría nunca. Mi fuerza iba disminuyendo, me daban un cucharón de comida una vez al día, me hacían comer del suelo, del mismo suelo donde dormía y donde cagaba, mi celda nunca la limpiaron, por fortuna - quiero verlo de esa manera - mis evacuaciones eran firmes sin olor fuerte, las hacía en un rincón y las cubría con paja.
Nunca cedí a la tortura, a pesar de ir perdiendo fuerza nunca deje de luchar, aunque con el paso de los días era más fácil para ellos someterme y atarme a la "X". Al cumplir la semana, Jorge el capataz me indicó que la orden había sido una semana de azotes - que fue una semana de siete días, ahí no había semana laboral, ni fines de semana, ni feriados - y una semana mas en aislamiento, que fue la que terminó conmigo.
En ese tiempo sanaron mis heridas, perdí algunos kilos, y mis sueños de ser libre. Escuché la puerta abrirse y sentí miedo. ¿Tocarían más azotes? ¿La orden del señor Pierce había cambiado? Quizás estaban esperando a ver qué pasaba con el pony que golpeé, quizás murió y había decidido un castigo peor, entonces por primera vez pensé que lo mejor sería que me sacrificaran.
Jorge el capataz se apareció en el umbral, nunca pisó dentro, siempre desde afuera, "De pie Champ", me ordenó, pero yo no tenía fuerza, no tenía voluntad. Dos cuidadores me ayudaron, esposaron mis manos al frente y mis tobillos, caminar no fue fácil, di pequeños pasos limitado por la cadena y los grilletes. Me llevaron a una sala de baño grande, muy similar a la de un gimnasio, con un área de regaderas a un lado e inodoros del otro, la diferencia es que nada ahí tenía divisiones, todo estaba abierto.
Me ordenaron ducharme, por un momento sentí paz al tener el agua corriendo por mi cuerpo, sentir como no solo la suciedad se iba por el desagüe sino como una oportunidad de dejar todo atrás y comenzar limpio, en verdad había aprendido mi lección, ya no me dejaría envolver por el orgullo y la soberbia. Un joven esclavo doméstico me ayudó, yo tenía restringido el uso de manos y pies, así que él pasó sus manos por todo mi cuerpo, usó un jabón para hacer espuma y acariciar mi piel, sentí su mano en mi espalda, ya no tenía heridas pero definitivamente habían dejado marcas.
Ahí mismo, el esclavo se encargó de acicalarme, usando una máquina rasuradora cortó todo mi vello, incluso mi cabello que dejó de ser mohicano a llevarlo al raz. Después Jorge me llevó por un pasillo hasta llegar a una pequeña habitación gris, en medio había una mesa pequeña y dos sillas, en una se me ordenó sentarme, en medio de la mesa había un aro metálico donde se aseguró las esposas que llevaba, me dejó ahí unos minutos para después entrar con una carpeta bajo el brazo y en su otra mano un tazón. Tan pronto lo puso en la mesa lo tomé y como pude hundí mis dedos en la masa y reclinado devoré todo, era una porción más grande, sentí mi estómago llenarse por fin.
Mientras tanto, Jorge el capataz sacaba de la carpeta unos documentos, fruncí el señor desconcertado, ¿Que tenía el hombre en mente?
Terminé de comer, acabé con mi cara manchada todavía con residuos del engrudo, limpié un poco restregando mi rostro en mi hombro, entonces Jorge que había tomado asiento frente a mi empezó a revisar las hojas.
"Quizás no lo sepas, pero un grupo de hombres de dinero, incluidos el señor Pierce y el señor Hoof, crearon este programa y lo presentaron al congreso de la nueva nación. El programa consiste en que nosotros hacemos pagar la condena de criminales y así evitar que el gobierno tenga que preocuparse por los delincuentes, simplemente un juez sentencia y nosotros nos encargamos del resto… ellos privatizaron la justicia…", el hombre sonrió, más yo no entendía porqué, yo no era un delincuente, ¡ellos lo eran!, "Bien, como no pudiste comportarte, el señor Pierce decidió meterte de lleno al programa de delincuentes, el grupo de mustangs, y como necesita haber cierto 'papeleo', para que todo sea 'legal', espero entiendas… debes de firmar este documento", el hombre deslizó el papel por la superficie, tan pronto lo vi comencé a leer ciertas partes, encabezando el documento estaba un nombre que no era el mío, entonces leí con premura tratando de entender.
"Pero… pero… ¡Yo no soy esa persona que dice ahí! Yo… yo… ¡yo no cometí ese crimen!", me exalte al ver el texto que decía que yo era otra persona que había cometido un crimen atroz y que se le condenaba a cadena perpetua bajo el resguardo de Pierce Int. "¡NO! ¡NO! ¡Yo no firmaré eso!", entonces tomé la hoja y la rompí.
"Detalles insignificantes" dijo sonriendo, ya me habían privado de la libertad, me habían sometido, y ahora querían achacarme un crimen, si lo hacía estaba de acuerdo en pasar el resto de mi vida ahí, de pronto ese sueño de libertad que se estaba extinguiendo resurgió. Jorge se levantó de su asiento para sacar algo de su bolsillo, era un escuché pequeño y redondo, como el que las mujeres cargan con polvo para maquillar, pero en lugar de un cosmético, dentro había una esponja de color oscuro, el hombre tomó fuertemente mi mano y a pesar de luchar contra él me fue inútil, yo tenía la limitante de las esposas, entonces Jorge restregó la esponja contra mi pulgar y con una habil maniobra imprimió mi huella en el documento extra que traia previendo que yo no aceptaría firmar "¡Listo! Ya eres parte del programa de delincuentes".
"¡No! ¡No! ¡No pueden hacerme esto! ¡no! ¡malditos!", quise forcejear, estaba furioso, "¡Ya verán! ¡tendrán su merecido! ¡bastardos!", agitaba mis manos sin poder safarme de las esposas, mi cara estaba roja, y comencé a llorar del enojo porque Jorge reía a carcajadas. Entonces el hombre, no conforme con lo que me había hecho, caminó hasta mí rodeando la mesa y quitó la silla haciéndo pararme, el maldito empujó mi espalda para pegar mi pecho a la mesa y se colocó detrás de mí.
"Se que ya lo hice… y que después de tu tiempo aquí ya no estás tan estrecho como aquella primera vez… pero cuando te unas a los mustangs este culo ya no será lo mismo…", rió burlonamente mientras su mano recorría la parte de atrás de mi muslo para meterse entre mi raja, su mano brusca acarició mi culo y grité. Luego Jorge puso sus pies entre los míos separándolos ejerciendo fuerza para que los juntara, yo no podía moverme, tenía los grilletes en mis tobillos unidos a una cadena y mis manos a las esposas. Todavía empujando mi espalda el capataz llevó su mano libre a su cinturón el cual quitó con habilidad, intuí no era la primera vez, ¿a cuantos más habrá violado el maldito?
Escuché cómo bajó su cremallera y enseguida sentí por mis muslos caer su pantalón. Entonces sentí su verga dura entre mi raja, forcejee pero fue inútil, Jorge escupió su cabeza y guió su pene a mi hoyo, "Relájate potrito…", dijo reclinándose en mi espalda hablándome directo en mi oído, sentí la presión de su verga y como resbalaba adentrándose lentamente en mi, abriendo mi esfínter contra mi voluntad, recordé aquel sentimiento en medio del corral del señor Champ, al fin comprendí las palabras de Rodri el esclavo refiriéndose al delgado miembro del capataz, y aunque ya me había metido vergas más grandes, esta la recordaría el resto de mi vida y el dolor sería más allá que físico.
El hombre bombeo mi culo, su vello púbico golpeando contra mis nalgas, "¡Oh! ¡Champ! ¡Sigues teniendo el culo apretado!", escuché sus jadeos hasta que su cuerpo sin condición cayó rendido en mi espalda, su leche se descargó en mí, el capataz recuperó el aliento y se levantó para rodear de nuevo la mesa. Sonreía maliciosamente, "Te deje la leche adentro… me lo agradecerás por la noche, cuando tus nuevos compañeros quieran saciarse contigo... te recuerdo que los mustangs son salvajes… te ayudará a… 'recibirlos' dentro de ti."
Después de su inmundo acto, y no me refiero a violarme, sino a incriminarme, el capataz me llevó a otra área, ese establo era distinto, parecía más una celda gigantesca de concreto, salvo que había ventanas con barrotes que recorrían la extensión, estaba vacía cuando llegué, el hombre me había dejado ahí antes de que regresaran los mustangs de su jornada como si yo fuera un regalo, una golosina para su disfrute al regresar. Y así lo fue.
Estuve sentado en el suelo cubierto de heno el tiempo que restó para su llegada, un grupo de veinte hombres de físicos muy diversos pero con algo en común, el aspecto de maleantes, su caminar de inicio era intimidante, los hombres caminaron directamente a mi, me puse de pie para no parecer vulnerable aunque definitivamente lo era. Uno de ellos colocó su mano sobre mi hombro, recordé aquel día que llegué al establo de ponys élite, el grupo me recibió fraternalmente con abrazos, no esperaba que ahí fuera igual.
Su cara era inexpresiva, entonces sentí la presión de su mano queriéndome bajar al suelo. Me negué, intente quitar su mano pero firmemente la tenia en mi hombro, el hombre, que su cara estaba marcada por varios tatuajes mal hechos gruñó mostrando una dentadura chueca y manchada, de pronto otro más agarró mi brazo y un tercero posicionándose detrás de mí colocó sus dos manos sobre mis hombros, no tuve opción, me hinqué ante ellos, de pronto al estar rodeado por hombres percibí el olor a masculinidad, habían pasado el día trabajando y no creí hubieran pasado por las duchas antes de regresar al establo. La verga del primero estaba semi erecta, este la tomó con su mano y la restregó en mi cara, la quise evitar, entonces una mano se posó en mi cabeza, sabía que no podría resistirme por mucho, entonces abrí la boca y el hombre la metió inmediatamente ahogándome con el fuerte olor de su pubis. Di arcadas separándome pero el otro tomó su lugar metiéndome su polla en la boca al tratar de tomar aire. Intenté empujarlo pero me sostuvo la cabeza. Una a una fui probandolas, gruesas, delgadas, curveadas, de cabeza gorda o puntiaguda. Y su semen no fue mejor, quise vomitar más de una vez al sentir el líquido tocar mi lengua y ser obligado a tragarlo.
Limpié los residuos con mi brazo, y avancé a gatas buscando agua, debía haber algún balde por algún lado, entonces lo vi y me acerqué. Quise tomar un poco con la mano pero uno de los hombres ahí me lo prohibió, "Necesito tomar…", le dije.
"Tu no eres un mustang… tu no perteneces aquí ", dijo, y no podía estar más de acuerdo con eso, "Tu no puedes tomar de nuestra agua".
"¿Entonces?", pregunté, ya habían usado mi boca, y estaba seguro no iba a ser el único orificio en mi cuerpo que usarían, que más dura podrían hacer mi estancia ahí.
"¿Tienes sed? Abre la boca y toma…", yo estaba sentado en el suelo cuando el hombre dijo eso, luego se paró frente a mí y agarrando su flácido miembro comenzó a mear echándome el chorro en la cara, me moví de ahí, afortunadamente tenía la boca cerrada y no entró ni una gota. Pero el mustang se acercó más, "Que tomes te digo", otro más se acercó impidiendo que me pudiera mover, de pronto tenía a los dos orinando sobre mi, el tibio líquido me cubrió, yo permanecí con la boca y los ojos cerrados, entonces uno agarró mi barbilla firmemente y me obligó a abrir, el chorro caía dentro pero yo no tragué, el asco me inundaba, el líquido caía de mi boca y escurría por mi cuerpo. "Cuando tengas más sed, nos avisas".
Me acurruque en un rincón, esperando me dejaran en paz, lo cual únicamente fue por unas horas. Había logrado conciliar el sueño cuando un bulto se acercó a mí, lo sentí moverse detrás mío, "¿Qué pasa?", logré decir pero la figura me tenía contra la pared, su fuerte mano levantó mi pierna para tener mejor acceso a mi culo, sabía lo que estaba por ocurrir, y bien lo dijo Jorge el capataz, no que estaría agradecido con él, sino que mis nuevos compañeros se saciarian conmigo, sentí la dura verga entrar, gruñí apretando los dientes mientras mis manos empujaban la pared, la previa follada del capataz me había dejado preparado que no sentí tanto dolor como una cogida seca. El hombre estaba decidido a hacer lo suyo, descargarse y retirarse de ahí. Pero no fue el único, quizás el sonido despertó a otro que también quiso hacer lo mismo, y eso hizo que otro más despertara y así tuve una noche sin descanso. Mi culo terminó más abierto que nunca, escurría lefa y no tenía sentido intentar sacarla, estaba por dentro y por fuera, toqué con mi mano y acabó cubierta del espeso líquido y aún seguía escurriendo más. Esa noche terminé oliendo a orines y semen recostado sobre una sucia cama de heno, así empezó mi etapa con los mustangs.